Teresa de Lisieux y la Biblia

Teresa de Lisieux y la Biblia

Aunque la memoria de Teresa de Lisieux, más conocida como Santa Teresita, se celebre el 1ro de Octubre, hay que saber que éste no fue el día de su fallecimiento, de su Pascua. Ella murió el 30 de Septiembre de 1897, pero cuando quisieron fijar un día para celebrarla no pudieron elegir esa fecha (preferentemente se elige el día en que el santo o santa muere) pues otro santo ya ocupaba esa fecha. Es San Jerónimo, quién falleció el 30 de septiembre del año 420, conocido por haber traducido la Biblia de los textos originales en hebreo y griego al latín. Esta traducción, conocida como “la Vulgata”, hizo accesible la Biblia a muchos contemporáneos del santo que solo hablaban latín. Con el tiempo, y a pesar de que el este idioma dejó de ser una lengua viva, la Vulgata se convirtió en la traducción oficial de la Iglesia, y hasta el Concilio Vaticano II era usada en las misas y demás celebraciones litúrgicas. Pero Jerónimo no era simplemente un traductor, era un enamorado de la Palabra. Llegó a decir “Quien desconoce las Escrituras desconoce a Cristo”. En su honor, el mes de Septiembre se dedica especialmente a la Biblia.

No parece ser una casualidad que Teresita haya tenido su Pascua el mismo día que Jerónimo. Quienes se han dedicado a hacer el conteo de citas en las obras de esta santa, hablan de unas 400 citas del Antiguo Testamento y 600 del Nuevo. Y quienes atestiguaron durante los procesos de canonización y beatificación, hablan de como la Palabra de Dios estaba siempre en sus conversaciones, en los pocos momentos de esparcimiento que se permitían en su Convento. Sor María de la Trinidad, una de sus hermanas de comunidad, nos cuenta que Teresita amaba los escritos de San Juan de la Cruz y que “sus obras la inflamaban de amor. Pero, por encima de todo, estaban los Santos Evangelios y las Sagradas Escrituras que citaba sin cesar tan oportunamente que se diría que sus conversaciones no eran más que el comentario de los libros santos”. Y su priora, la Madre Inés (que además era su hermana de sangre) nos cuenta esta anécdota: "Era la festividad del santísimo Nombre de María. Me pidió que le leyese el evangelio del domingo. No tenía a mano el misal y le dije sencillamente: ‘Es el evangelio en el que el Señor nos advierte que no se puede servir a dos señores’. Entonces ella, imitando una vocecita de niño que recita su lección, me lo recitó de principio a fin”.
Hoy nos parece totalmente normal y hasta lógico que una monja tenga una Biblia. Cualquier cristiano la tiene en su biblioteca o mesa de luz. Pero en tiempos de Teresita no era así. Si bien venía de una familia muy religiosa, ella no conoció un Nuevo Testamento hasta el momento en que entra al Carmelo, a los 15 años. Y al Antiguo solo lo tuvo en fragmentos que conservaba copiados en un cuaderno. En la misa y demás oraciones litúrgicas escuchaba las lecturas bíblicas en latín, lecturas extraídas de la Vulgata de San Jerónimo. Esto no satisfacía sus deseos de conocer más a fondo la Biblia. Un tiempo antes de morir llegó a decirle a Inés: “Si yo hubiese sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el griego, y no me habría contentado con el latín, y así habría podido conocer el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo.”

Aún considerando que no tuvo acceso siquiera a una versión completa de la Biblia, las Sagradas Escrituras tuvieron gran influencia en ella y en sus escritos. En su autobiografía llamada “Historia de un alma” cuenta cómo le preocupaba olvidarse de algún nombre de algún ser querido o alguna necesidad de ellos en sus oraciones, y cómo un pasaje de la Biblia le da una alivio ante esta preocupación. “Una mañana, durante la acción de gracias, Jesús me inspiró un medio muy sencillo de cumplir mi misión. Me hizo comprender estas palabras del Cantar de los Cantares: ‘Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes’. Esta simple palabra, ‘Atráeme’, basta. (...) Cuando un alma se ha dejado fascinar por el olor embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella.” En este caso y en muchos otros vemos cómo va relacionando distintas palabras que aparecen en el texto divino, a la manera que lo haría un psicoanalista con el discurso de un paciente.

Ella era libre para aplicar lo que leía a su vida, y hablando de este método dice “Como el padre del hijo pródigo cuando hablaba con su hijo mayor, tú me dijiste: 'Todo lo mío es tuyo'. Por tanto, tus palabras son mías, y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial”. Además considera que, más que un libro, la Palabra de Dios es una persona, como se lo dice a su hermana Celina en una carta, reflexionando sobre el evangelio de Juan: “Guardar la Palabra de Jesús: he ahí la única condición para nuestra felicidad, la prueba de nuestro amor hacia él. Pero, ¿qué palabra es ésa? Me parece que la palabra de Jesús es el mismo Jesús, el Verbo: ¡La Palabra de Dios!”.

Hablando de su oración con la Biblia, un método conocido como “Lectio Divina”, Teresita nos dice: “En las Sagradas Escrituras encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos”. Como vemos, para Teresita no todos los libros de la Biblia tienen el mismo valor, porque lo principal es Jesús, que está en los Evangelios.

Tal vez uno de sus más bellos escritos es la última poesía que escribió, en mayo de 1897, dedicado a la madre de Jesús. “Porque te amo, María” es un escrito en el que Teresita expresa más que el amor a una mujer, expresa también el profundo respeto que tiene por los Evangelios. Podríamos decir que en este escrito sigue el principio de "Sola Scriptura", porque quiere hablar de María solo a partir de las Escrituras. Así lo plasma desde el inicio de la poesía:

“Meditando tu vida
tal como la describe el Evangelio,
yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a tí.”

No quiere hablar de lo que ella imagina, ni de leyendas, ni de lo que se supone sobre María. Tampoco de los grandes dogmas marianos de la Iglesia, como el de la Inmaculada Concepción, promulgado por Pio IX en 1854. Ni de las apariciones, como las de Lourdes, en 1858. “Sola Scriptura” es el principio que parece seguir hasta el final del escrito:

“La casa de san Juan se hace tu único asilo,
el hijo de Zebedeo reemplaza a tu Jesús.
Y éste ya es el último detalle
que nos da el Evangelio.
De la Virgen María ya no vuelve a hablar más.”

Y reflexionando sobre esa faltas de más datos en los Evangelios, concluye:

“Pero, Madre querida, su silencio profundo
¿acaso no revela
que el Verbo eterno -él mismo- quiere cantar
los íntimos secretos de tu vida,
para gloria gozosa de tus hijos,
los santos moradores de la patria del cielo?”

No es la primera vez que Teresita habla del cielo como de un lugar donde conoceremos la vida íntima de todos los elegidos. No sólo de María, la madre de Jesús. En “Historia de un alma” ya había escrito: “Qué sorpresas nos llevaremos al fin del mundo cuando leamos la historia de las almas...! ¡Y cuántas personas se quedarán asombradas al conocer el camino por el que fue conducida la mía...!” Algo que parece estar en sintonía con lo que dice Juan al final de su Evangelio: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.”

En la historia de la Iglesia por mucho tiempo existió la costumbre de tener reliquias de los santos. Siglos atrás se llegaron a pagar grandes fortunas por objetos que supuestamente estuvieron en contacto con Jesús, María o los apóstoles. Y se hacían largas peregrinaciones para acercarse y tocar las tumbas de los santos. Teresita nos dejó una reliquia; es su actitud frente a las Escrituras, y en especial los Evangelios. Quien quiera una reliquia de esta santa no tiene que hacer más que estirar la mano y tomar esa Biblia que está en la mesa de luz, o en la biblioteca. Y abriéndola, repetir lo que ella decía:

“Jesús… Muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro sea mi gran riqueza.”


AUTOR: Francisco Albarenque
Argentina - mayo de 2020

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Fuentes:

Juan Pablo II: Divini Amoris Scientia

Teresa de Lisieux: Obras Completas

Román Llamas: Santa Teresita y su experiencia de la Palabra de Dios

Stefano Prina: Il Vangelo a Lisieux

Agradecimiento:

A Teresita. Por ayudarme a descubrir los secretos que el Evangelio esconde.

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