El Patrocinio de San José sobre el Carmelo

El Patrocinio de San José sobre el Carmelo

Carta de los Superiores Generales O.Carm. y O.C.D. a la familia carmelitana en el 150º aniversario de la proclamación del patrocinio de san José sobre la Iglesia universal

Este año 2020 hemos celebrado la fiesta de san José en medio de una pandemia que nos ha obligado a permanecer encerrados en nuestras casas. Precisamente en esos momentos hemos sentido todavía de un modo más intenso la necesidad de dirigirnos a aquel hombre justo y fiel, que conoció el cansancio, el exilio y la preocupación por el mañana, sin que decayese su ánimo, creyendo y esperando en Dios, que le había confiado una misión única: custodiar a Jesús y María, la familia de Nazaret, el germen de la nueva familia que Dios regalaba al mundo. El papa Francisco, en su homilía en Santa Marta, nos ha recordado las cualidades de san José: el hombre concreto, capaz de cumplir su obligación con precisión y profesionalidad y, al mismo tiempo, el hombre que entra en el misterio de Dios, más allá de su conocimiento y de su control, frente al cual se postra en adoración1.

Nos hace bien volver a pensar en san José, meditar sobre aquel al que nuestra tradición ha reconocido como patrón y modelo de la vida carmelitana. Y queremos hacerlo juntos, como familia carmelitana, O.Carm. y O.C.D., porque en el culto a san José y en la referencia constante a él, volvemos a encontrar uno de los elementos más valiosos de nuestra común herencia histórica y espiritual. Este año nos invita a hacerlo, además, un significativo aniversario: el de la proclamación de san José como patrono de la Iglesia universal, acontecida hace 150 años, el 8 de diciembre de 1870, por voluntad del beato Pío IX.

El culto a san José en el Carmelo

El culto a san José forma parte de nuestra formación cristiana, de nuestra tradición y cultura. Estamos tan habituados a poner a san José junto a Jesús y María que podríamos pensar que la Iglesia siempre haya atribuido a este santo -que ha vivido en una intimidad tan estrecha con el misterio de la Encarnación- la dignidad y los honores que nosotros generalmente le reconocemos. En realidad, no es así. En el primer milenio son excepcionales los vestigios de una reflexión teológica sobre san José y, sobre todo, de una particular veneración dedicada a él. Solamente con el florecimiento de las Ordenes mendicantes se desarrollará la devoción a san José. Además del ofrecido por el teólogo francés Jan Gerson, los franciscanos y los carmelitas hicieron una contribución fundamental a este respecto.

Para los carmelitas, el interés por la figura de san José fue un desarrollo natural de la inspiración mariana fundamental. Todos los familiares de María (los padres, santa Ana y san Joaquín, como protectores secundarios del Carmelo e incluso las supuestas hermanas, María la de Santiago y María la de Salomé) recibieron honores particulares en el Carmelo. No podía faltar, por tanto, el esposo de María. Leyendas pías medievales, con el fin de afirmar el lazo peculiar con la Sagrada Familia de Jesús, María y José, quizás inspirándose en el Evangelio Apócrifo del Pseudo Mateo, refieren visitas de la Sagrada Familia de Nazaret al monte Carmelo para conversar con los Hijos de los Profetas, descendientes del Profeta Elías. Otros hablan de una presunta escala allí de la Sagrada Familia en el viaje de retorno de Egipto2. Este vínculo debió asumirse de un modo tan fuerte en la Iglesia que autores antiguos como el abad benedictino Juan Tritemio apuntaban a que el culto de San José en la Iglesia latina había sido traído por los ermitaños del Carmelo al emigrar a Europa3. Esta convicción, hoy día puesta en cuestión, la expresa incluso el papa Benedicto XIV, vinculando el inicio de la práctica del culto a San José al Carmelo4. Lo cierto es que la devoción a san José en el Carmelo estuvo, desde los inicios, vinculada al culto litúrgico. Con el tiempo también se desarrollará, llegando hasta nuestros días, una configuración eucarística de la devoción a san José como aquel que sostiene en sus manos al pan de la salvación, nuestro alimento.

Es imposible afirmar con exactitud cuando se comenzó a celebrar la fiesta de san José en las iglesias carmelitas. Con toda probabilidad, el culto debía estar ya difundido localmente en el curso del siglo XIV, pero es el siglo XV aquel en el que la devoción a san José se difunde más ampliamente. En los breviarios y misales carmelitanos de la segunda mitad del siglo XV aparece normalmente la misa y el oficio propio de san José y el carmelita flamenco Arnoldo Bostio atestigua en 1476 que los carmelitas celebran con culto solemne su fiesta5. La liturgia propia de san José en la Orden del Carmen es retenida por los historiadores y liturgistas como el primer monumento de la Iglesia latina en honor de san José.

La liturgia antigua celebra a san José como el primero entre sus contemporáneos en Nazaret, elegido por la Sabiduría Divina como Esposo de la Virgen para que el Hijo de Dios pudiese entrar en el mundo de modo intachable y escondido. Predicadores carmelitas afirman que, como María Virgen concibió al Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo, así san José, por obra del Espíritu Santo, concibió en la contemplación a Cristo en su alma, convirtiéndose en el padre de Jesús sobre esta tierra6.

La liturgia celebraba la unión nupcial de José con la Virgen y lo contemplaba como protector de su virginidad y de la vida del Hijo de Dios encarnado. Con la sensibilidad típica del carisma contemplativo del Carmelo, la liturgia antigua celebra la pureza de la Virgen y de san José en términos de disponibilidad a Dios, que hace posible la acogida del misterio de la encarnación. Empapada de esta espiritualidad litúrgica, santa María Magdalena de Pazzi considerará la protección de san José una consecuencia de la virtud de la pureza: “La pureza de san José se encuentra en el Paraíso con la de María, donde en aquella sobreabundancia de esplendor que el uno da a la otra, parece, por así decirlo, que la pureza de José haga parecer la de la Virgen mucho más resplandeciente y gloriosa. San José está entre Jesús y María como una estrella radiante y custodia particularmente nuestro monasterio, por estar nosotras bajo la protección de la Virgen María”7.

San José es presentado en la antigua liturgia del Carmelo como esposo virginal de María, unido a ella en verdadero matrimonio, en el cual su autoridad de esposo, protector y padre se manifiesta en el servicio incondicional. Además, san José es contemplado en su obediencia a Dios. Él es el hombre justo, digno señor en la casa de su Señor, al cual le es confiada la responsabilidad de dar el nombre divino, revelado por el ángel, al niño Jesús. Obrando así, san José es aquel que en primer lugar proclama que en el pequeño de Nazaret Dios nos salva. En la liturgia antigua se oculta, bajo la figura de san José, un compendio de la espiritualidad del Carmelo: 1) La puritas cordis que hace posible la visión de Dios, 2) La unión con María, y 3) La fruición de la vida mística presentada en términos de concepción y nacimiento del Verbo encarnado en el alma pura. San José es por ello celebrado como espejo de la vida mística carmelitana en Dios. Santa Teresa y san José

Heredera de un intenso culto y devoción josefina en el Carmelo, santa Teresa de Jesús ampliará esta tradición con gran provecho para todo el Carmelo y para la Iglesia universal. De hecho, es innegable que más que ningún otro, Teresa de Jesús ha hecho del culto a san José uno de los elementos que caracterizan la piedad y la fisonomía espiritual del Carmelo. El encuentro con san José se produjo en uno de los períodos más duros de su vida. Teresa tiene casi 25 años, ha sufrido una larga y penosa enfermedad, durante la cual las curas de los médicos terrenales se han revelado no solamente ineficaces, sino incluso dañinas. Ha quedado paralizada y está agotada física y psicológicamente. Siente que no tiene ninguna ayuda válida a su lado y es en este momento en el que, movida de una intuición interior, se dirige a san José como a su “padre y señor” (Vida 6, 6; 33, 12).

Así, él se mostrará tal con ella para el resto de sus días. No habrá necesidad de la cual él no la librará, ejercitando sobre ella y su obra la función de custodio y protector. De experiencia privada, la devoción a san José pasa a ser una característica distintiva de la reforma teresiana, centrada en la amistad con Jesucristo. Como José ha velado sobre la relación entre Jesús y María, defendiéndola de los peligros externos y custodiando su morada, se entrega a velar sobre los Carmelos que, al modo de la familia de Nazaret, quieren ser lugares en los cuales es acogida la humanidad de Jesús, viviendo solo por ella y con ella. Por eso, José no es solamente el patrono, sino también el maestro de aquellos que practican la oración (Vida 6, 8), ya que ninguno sabe mejor que él cómo se vive en intimidad con Jesús y con María, habiendo pasado tantos años con ellos y habiendo hecho posible la existencia misma de la familia de Nazaret. No sorprende, por lo tanto, que diez de los quince Carmelos fundados directamente por Teresa lleven el título de san José.

El santo está talmente presente en la actividad de Teresa como fundadora (que en sus viajes lleva siempre consigo una imagen de san José) que se gana el título de “fundador” del Carmelo teresiano8. Evidentemente este calificativo debe entenderse en el sentido de que san José asistió a Teresa en la fundación de los Carmelos reformados. No obstante, es cierto que junto a la figura tradicional del Santo Padre Elías, se sitúa ahora al Santo Padre José y esto creó una suerte de incertidumbre sobre cuál de los dos hubiese de ser considerado el principal patrono y protector después de la Virgen María9.

Es significativo que Teresa, en una carta al P. Gracián, a propósito del nombre que los carmelitas descalzos debían dar al colegio que estaban fundando en Salamanca, escribe: “Harto acertado será llamar San José a ese colegio” (carta del 22 de mayo de 1578); sin embargo, el colegio será dedicado a San Elías. El año siguiente, 1579, san Juan de la Cruz dedicó a san José la fundación de Baeza. Fue el colegio carmelita de esa ciudad, por lo tanto, la primera fundación de frailes dedicada a san José. El título, no obstante, duró solo dos años: desde marzo de 1581 el colegio aparece con el nombre de un prestigioso padre de la Iglesia, san Basilio. Evidentemente reinaba todavía mucha confusión sobre el papel a atribuir en la Orden al carpintero de Nazaret. Un cuarto de siglo más tarde, tal incertidumbre aparece definitivamente resuelta: en la Instrucción de Novicios del P. Juan de Jesús María (Calagurritano) la veneración a san José es precedida solamente del culto a la Virgen María y es seguida de la devoción a los santos profetas Elías y Eliseo “fundadores de nuestra Orden” (Instrucción de Novicios, III, cap. 4, 29-30).

El patrocinio de san José

Una de las convicciones de Teresa es que, mientras otros santos son destinados por Dios para socorrer ciertas necesidades particulares, san José tiene una especie de mandato universal para acudir en ayuda de cualquier género de penuria, material o espiritual (Vida 6, 6). En esta certidumbre teresiana se basa una de las fiestas josefinas más típicamente carmelitana, o sea, la del patrocinio. Ya en el 1628 el Capítulo General intermedio de los carmelitas descalzos de la Congregación española había declarado a san José “patrono principal” de la Orden. La iniciativa de celebrar la fiesta del patrocinio de san José se debe al carmelita descalzo Juan de la Concepción (1625-1700), que fue primero Provincial de la Provincia de Cataluña y después Prepósito General de la Congregación española. Obtuvo del Capítulo General de 1679 la aprobación de la fiesta del patrocinio de san José, cuyos textos litúrgicos fueron realizados por otro carmelita descalzo catalán, el P. Juan de San José (1642-1718). La Congregación para los Ritos, después de una auténtica reconstrucción de los textos hecha por el cardenal G. Casanate, los aprobó el 6 de abril de 1680. Se fijó la fiesta del patrocinio en el tercer domingo después de Pascua, día en el cual eran habitualmente convocados los Capítulos generales y provinciales. Pronto la fiesta fue asumida por los carmelitas, cuyo Capítulo general de 1680 había declarado unánimemente a san José como protector principal de la Orden de los Carmelitas, celebrando su fiesta con el título ‘De Patrocinio S. Joseph Confessoris, Protectoris, et Patroni nostrae Religionis’10. Desde hacía tiempo se usaban indistintamente los términos “protector” y/o “patrono” para referirse a san José. Rápidamente, esta celebración se extendió a muchas órdenes y congregaciones religiosas, hasta la proclamación del patrocinio sobre la Iglesia universal.

El contexto de la proclamación y la celebración litúrgica del patrocinio de sanJosé sobre todo el Carmelo es de grandes tribulaciones y pruebas, sea por cuestiones internas, sea por vicisitudes y ataques motivados por las circunstancias históricas, eclesiales y políticas. En estos tiempos el Carmelo se encontraba en gran dificultad para tratar de preservar la propia identidad y los oportunos valores. Merece la pena señalar que, en los movimientos de renovación en el seno del Carmelo, encontramos una proliferación de textos devocionales sobre san José, como particular forma de expresión de piedad afectiva que enardece el corazón y llena de fervor la vida espiritual.

No son pocos los autores y predicadores carmelitas que trabajaron incansablemente en la propagación de la devoción a san José y en la promoción de su patrocinio. Digno de mención es Rafael el Bávaro, que publicó una Historia de San José en 1723. El P. Rafael exhorta a aquellos que aman a Jesús y María a amar a aquel que es amado por ambos11. El P. Maestro José María Sardi puede ser considerado como el gran propagador del patrocinio de san José, no sólo dentro de la Orden, sino también entre los padres cristianos y otros que encuentran en él un modelo de santidad12. No sin razón san José es invocado en el Carmelo como educator optime y propuesto como protector y patrono especialmente de aquello que se sienten cansados y estancados o incluso perdidos en el seguimiento de Cristo.

El 10 de septiembre de 1847, con el decreto de la Congregación para los ritos Inclytus Patriarcha Joseph, el papa Pío IX, en tiempos de grave tribulación, extendió a toda la Iglesia la fiesta del patrocinio de san José, a celebrar el tercer domingo de Pascua. Como textos litúrgicos para la misa y el oficio se tomaron, con alguna adaptación, los usados por los carmelitas. Fue la primera intervención a favor del culto a san José realizada por Pío IX, cuando había pasado apenas un año del inicio de su pontificado, caracterizado de una gran devoción al padre de Jesús. En ocasión de la convocatoria del Concilio Vaticano I llegaron al papa numerosas peticiones para que se incrementase mayormente el culto a san José, en particular mediante su proclamación como patrono de la Iglesia universal. El Concilio, interrumpido bruscamente en septiembre de 1870, no tuvo tiempo de escuchar esta petición. Por ello, el 8 de diciembre de ese año, el mismo Pío IX procedió a la solemne proclamación mediante el decreto de la Congregación para los Ritos Quemadmodum Deus.

La fiesta del patrocinio de san José fue desplazada en 1913 al miércoles de la tercera semana después de Pascua, para ser sustituida en 1956 por la memoria de san José obrero, fijada el primero de mayo. No obstante, a los carmelitas descalzos se les concedió, con la aprobación del calendario litúrgico de 1957, la posibilidad de continuar celebrando la fiesta del patrocinio de san José, “protector y patrono de nuestra Orden”.

San José patrono de todo el Carmelo

La reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II trajo consigo, entre otras cosas, una notable simplificación del calendario litúrgico. En el calendario aprobado el 14 de febrero de 1969, el título de “protector de la Iglesia universal” desaparece de la fiesta principal de san José, la del 19 de marzo. Naturalmente no fue abolido, pero se retuvo oportuno mantener solo el título bíblico de “esposo de la Virgen María”, dejando a las conferencias episcopales y familias religiosas la libertad de añadir otros títulos.

Basándose en la Instrucción de la Congregación del culto divino acerca de los calendarios particulares (29 de junio de 1969), la solemnidad del patrocinio de san José fue también suprimida del calendario del Carmelo descalzo. El Definitorio general O.C.D. decidió entonces transferir el título de “protector de nuestra Orden” a la solemnidad del 19 de marzo. Análogamente se decidió que la memoria libre de san José obrero se celebrase en toda la Orden13.

Sin embargo, tales decisiones fueron, a lo que parece, rápidamente olvidadas. Mientras que el título de “protector de la Orden” se conservó en los textos litúrgicos de los carmelitas de la antigua observancia, desapareció pronto de los de los carmelitas descalzos, no habiendo sido incluidos en el calendario particular de la Orden ni la solemnidad ni la memoria de san José.

No obstante, las Constituciones postconciliares de ambas Órdenes continúan refiriéndose a san José como su “protector” (Const. O.Carm., 91; Const. O.C.D., 52). En ello se ha de reconocer un importante elemento de unidad de toda la familia carmelitana, que quizás no hemos considerado y apreciado en modo suficiente.

El mundo de hoy

Vivimos en un período en el que la Iglesia no piensa tanto en defenderse de un enemigo externo cuanto busca, más bien, reconocer su labor de dar un testimonio auténtico de la verdad del Evangelio. Así, en un mundo en el cual son necesarios la concreción y el sentido del misterio14, en un mundo en el cual tendemos a huir de los vínculos de relaciones y compromisos estables y encerrarnos en un narcisismo estéril, José nos indica el camino de la renuncia de nosotros mismos, de la responsabilidad cotidiana, del obrar silencioso para que la familia viva y crezca. Un padre de familia intenta sanar las heridas de su casa. Nuestro patrono nos pone de frente a la necesidad de sanar las heridas de la humanidad y las heridas dentro de la misma Iglesia. No hay Iglesia, no hay Carmelo, sin personas que, olvidándose de sí mismas trabajan día y noche para ofrecer a los otros una base segura sobre la que apoyarse. Trabajan en la oscuridad, llevando en su corazón ansias y fatigas, a menudo sin ver frutos ni vislumbrar la meta, confiando sólo en aquel del cual su paternidad proviene y toma el nombre (cfr. Ef 3,15). Personas así podrán encontrar siempre en san José a su patrono y modelo, a su “padre y señor”.

La Palabra alcanzó a José en un sueño, que podemos interpretar como su oración, su interioridad. Se podría decir que cada Carmelo es un lugar de sueños: la oración es como un sueño, que contiene en sí misma un mensaje secreto. La comunidad carmelitana es un grupo de personas que sueña hacer de la propia casa una nueva Jerusalén, personas que comparten el sueño del profeta acerca de un mundo mejor, personas que se dejan atrapar cada jornada por el sueño de la salvación. Escuchando día tras día la Palabra de la salvación, nos conformamos a Cristo en su obediencia y en su voluntad de servir, él que no ha venido para ser servido, sino para servir, él que hallaba en un niño pequeño el ejemplo de cómo debemos ser si deseamos entrar en el reino de Dios. Los carmelitas, como san José, reconocen el sueño y mantienen la luz de la esperanza que ilumina el mundo nuevo prometido a quienes viven atentos a la Palabra de Dios, porque Dios hará nuevas todas las cosas.

San José custodia el Carmelo no sólo porque lo protege “de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad”15, sino porque lo mantiene firme en su identidad simple y profunda. Con su ser hombre justo nos indica el camino a recorrer y la meta hacia la que dirigirnos. En este sentido, no cabe duda de que el culto a san José no es simplemente una devoción o una práctica pía, sino un programa de vida que es parte integrante del patrimonio carismático del Carmelo. Junto a María, José es el icono evangélico en el que nosotros los carmelitas podemos leer y entender qué quiere decir realmente “vivir en obsequio de Jesucristo”. Y, por tanto, con razón seguiremos dirigiéndonos a él como nuestro padre y patrono, además de amigo fiel y experto guía en el camino tras las huellas de Jesús

Mientras el mundo trata de afrontar la COVID-19, unámonos en oración por los médicos y enfermeros, por los investigadores sanitarios, por aquellos que han caído víctimas del virus y por las familias que hoy lloran la pérdida de sus seres queridos. Pueda nuestro protector José preservarnos a todos y, con el tierno amor de Dios, extender su protección sobre todo el mundo.

Fraternalmente en el Carmelo,

P. Míċeál O’Neill O.Carm.

Prior General

P. Saverio Cannistrà O.C.D.

Prepósito General


1. Papa Francisco, Homilía, 19 de marzo de 2020.

2. Estas leyendas pías inspiraron obras de arte muy notables, como por ejemplo las tablas de finales del siglo XV que se

encuentran hoy en el Dom Museum de Fráncfort.

3. LEÓN DE SAN JOAQUÍN, El culto de San José y la Orden del Carmelo, Barcelona 1905, 48. Sobre la historia del desarrollo del culto, cfr. E. BOAGA, O.Carm., ‘Giuseppe, santo e sposo della B.V.M.’, in Dizionario Carmelitano, ed. E. BOAGA e L. BORRIELLO, Città Nuova, Roma 2008, 443-446.

4. De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, I/iv, 11; I/xx, 17.

5 Cfr. B. M. XIBERTA, O.Carm., Flores josefinas en la liturgia carmelitana antigua, “Estudios Josefinos” 18, 1963-1964, 301-319.

6 CHRISTOVAL DE AVENDAÑO, Tomo primero sobre los evangelios de la quaresma, predicados en la corte de Madrid...,

Sebastian y Iayme Matevad, Barcelona 1630, 158-159.

7 SANTA MARIA MADDALENA DE PAZZI, ‘Vigesimo secondo colloquio’, en I Colloqui: Tutte le opere... dai manoscritti

originali a cura di C. Catena, Nardoni, Firenze 1961, 237-238.

8 El P. Gracián, en un famoso paso de su obra Josefina (1597), llega a afirmar que “[aquellos que profesan la regla de los

carmelitas descalzos] reconocen como fundador de esta reforma al glorioso san José, habiéndola fundada la madre Teresa mediante la devoción a él, así como la Orden del Carmelo reconoce como fundadora a la Santísima Virgen María, a devoción de la cual el profeta Elías dio inicio a la vida religiosa de los profetas sobre el monte Carmelo” (l. V, cap. 4; ed. Silverio, 476).

9 Cfr. FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, O.C.D., San José en el Carmen Descalzo español en su primer siglo, “Estudios Josefinos” 18, 1963-1964, 367.

10 Veáse por ejemplo: Missale Fratrum Ordinis Beatissimae Virginis Mariae de Monte Carmelo, Roma 1759, 350.

11 RAFFAELE MARIA BAVARO, Istoria di San Giuseppe, Antonio Abri, Napoli, 1723, 612; Vita di San Giuseppe o sia Ristretto della sua Istoria ed Esercizi di Devozione per fruttuosamente venerare il medesimo Santo..., Antonio Abri, Napoli 1724.

12 GIUSEPPE MARIA SARDI (Veneto), ‘Discorso sopra il Padrocinio di San Giuseppe Sposo di Maria’, en Sermoni, Lorenzo Rivan Monti, Venezia 1742, 213-221.

13 Cfr. ‘Normae de calendario liturgico O.C.D. pro anno 1970’ (aprobadas en la sesión 128 del Definitorio Generale, 18 de julio de 1969), en Ordo Divini Officii recitandi missaeque celebrandae iuxta calendarium romanum ac proprium Carmelitarum Discalceatorum […] pro anno Domini 1970, [Casa general O.C.D.] 1969, 29-32.

14 Papa Francisco, Homilía, Santa Marta, 19 de marzo de 2020.

15 Oración a san José de León