Isabel de la Trinidad y la fe

Isabel de la Trinidad y la fe

Isabel se educó desde su infancia en la fe cristiana y católica. Como era costumbre en los creyentes de la época, oraba desde niña. Su madre era una mujer creyente, aunque influenciada por la espiritualidad de los escrúpulos y del miedo que reinaba en la Francia de finales del XIX.

Isabel era una niña con genio, pero piadosa y buena. El día de su primera comunión lo cambia todo. Es el 19 de abril de 1891. A pesar del ayuno riguroso que se vivía en la época, al salir de la misa le dice a una amiga: “No tengo hambre, Jesús me ha alimentado…”. Pero este no es el único acontecimiento importante del día. A la tarde, visita el locutorio de las Carmelitas Descalzas de la ciudad. En la conversación con la priora (María de Jesús), esta le explica el significado de su nombre hebreo: Isabel es “Casa de Dios”. Desde ese día, Isabel no deja de vivir profundamente esta verdad. Esa mañana había experimentado cómo Dios puede habitarnos, ahora sabía que ella era desde siempre y para siempre “casa de Dios”. Y trata de ser coherente con esta experiencia en su vida.

Isabel es educada en las verdades de la fe desde niña. Además de frecuentar los sacramentos todo lo que puede, va a las misiones, donde se dan charlas y homilías. Es una época donde rige una fe muy impresionable, con abundancia de lágrimas. Isabel vibra, como hija de su tiempo. Ella también llora: Después el Padre se ha despedido de nosotros. Yo derramaba ardientes lágrimas, y todos los que estaban cerca no se sentían menos conmovidos que yo. Esta despedida era tan emocionante... El Padre lloraba también. Después de haberse dirigido a los presentes, habló también de los ausentes, de los que habían resistido a la gracia. Ha recomendado a las almas que no han visto escuchadas sus oraciones que no se desanimen, que era imposible que no lo sean algún día, pues Dios tenía en cuenta tantas oraciones y sacrificios. ¡Cuánto bien me han hecho estas palabras! El Padre dio con voz emocionada la bendición papal. (Diario Nº 130)

En estas “misiones”, cuando se habla de la fe, es una fe más de preceptos que de relación. Entre los temas que apunta Isabel en su diario están: “creados a imagen de Dios”, “la oración” “la vida”, “la eternidad”, “la vanidad de lo terrestre”, “la penitencia”… Pero, por ejemplo, cuando habla de la vida, esto es lo que apunta la joven en su diario: La vida se puede resumir así: muchos sufrimientos, muchas lágrimas, muchas ilusiones; la esperanza de una felicidad siempre esperada y nunca lograda. Y, sin embargo, nos apegamos a esta vida. ¡Se necesita ser necios! (Diario Nº 25).

Cuando Isabel madure en su fe y escriba sus propios ejercicios, sus meditaciones tendrán una base bíblica y de deseo de relación con Dios. Un Dios que nos mira siempre con amor y paciencia. Isabel entra en el Carmelo a los 21 años. La oración, la lectura de los escritos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresita (cuyo proceso de canonización aún no había comenzado), la meditación asidua de la Biblia - sobre todo de los escritos de San Pablo -, la van moldeando y transformando. Su fe deja de basarse en una hipersensibilidad, para ir alcanzando una madurez y profundidad asombrosa. Así, no dudará en escribir ya en el último año de su vida, a una joven impulsiva a la que cobraba un gran afecto: Asegúrate en la fe, es decir, no obres más que bajo la luz potente de Dios, nunca según las impresiones y la imaginación. Cree que El te ama, que quiere ayudarte El mismo en las luchas que tendrás que sostener. Cree en su amor, su demasiado gran amor, como dice San Pablo (Ef. 2, 4). Alimenta tu alma de las grandes verdades de la fe, que le revelan toda su riqueza y el fin para el que Dios la ha creado. Si tú vives en todas sus cosas, tu piedad no será una exaltación nerviosa, como temes, sino será verdadera. ¡Es tan hermosa la verdad, la verdad del amor: “Él me ha amado, Él se ha entregado por mí” (Gal. 2, 20)! He aquí, hijita, lo que es ser verdadero. (Grandeza de nuestra vocación Nº 11)

Esta es la fe que nos quiere infundir Isabel: creer en el inmenso, en el incomparable amor de Dios por cada criatura. Lo mismo le escribe a su amada priora, en una cartatestamento que le entrega, como acto de gratitud a una mujer que supo entenderla e impulsarla a la santidad desde el comienzo de su vida religiosa. La priora en cuyas manos profesó y… murió: Madre, la fidelidad que os pide el Maestro es de permanecer en comunión con el Amor, de derramaros, de enraizaros (Ef. 3, 17) en este Amor que quiere marcar vuestra alma con el sello de su potencia y grandeza. No seréis superficial si estáis despierta en el amor. Pero en las horas que no sintáis más que el decaimiento, el cansancio, le agradaréis todavía, si sois fiel en creer que Él obra aún, que os ama de todos modos, y más aún: porque su amor es libre y es así como quiere engrandecerse en vos. Y vos os dejaréis amar “más que etos”. Esto es, creo, lo que quiere decir... ¡Vivid en el fondo de vuestra alma! Mi Maestro me hace comprender con claridad que allí quiere crear cosas adorables. Estáis llamada a rendir homenaje a la simplicidad del Ser divino y a engrandecer la potencia de su Amor. Creed a su “mensajero” y leed estas líneas como venidas de Él (Déjate amar Nº6).

Amar y dejarse amar… este es el misterio de fe, que descubre en la noche antes de su consagración a Dios para siempre. Un misterio de amor. Porque la fe, es relación, es donación, es entrega… En la noche que precedió al gran día, mientras estaba en el coro esperando al Esposo, comprendí que mi cielo comenzaba en la tierra, el cielo en la fe, acompañado del sufrimiento y la inmolación por Aquel a quien amo... Quisiera amarle tanto... amarle como mi seráfica Madre [Santa Teresa de Jesús], hasta morir de amor (Carta 169).

Isabel escribe a sus familiares y amistades una y otra vez tratando de transmitir este mensaje de fe y amor. Para ella no ha sido fácil. También ha conocido el desánimo, el desaliento… no pensemos que los santos eran de una materia distinta a la nuestra. Isabel llega a sentir, como le sucedió a Santa Teresita, que no es un velo, sino un muro, el que la separa de Dios: Pida mucho por mí, amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso, quien me lo oculta. Es muy duro, verdad, después de haberlo sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que Él está ahí también. Y entonces, ¿de qué sirven las dulzuras y los consuelos? No son Él. Y es a Él solo a quien buscamos. ¿No es así, mi querida Margarita? Vayamos pues, a Él en la fe pura. ¡Oh, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria. Pero esta miseria no me deprime. Al contrario, me sirvo de ella para ir a Él y pienso que es por ser yo tan débil por lo que me ha amado tanto y me ha hecho tantos favores. El otro día era el aniversario de mi primera Comunión, hace diez años. ¡Ah, cuando pienso en las gracias de que me ha colmado!... ¿No le parece que esto dilata el corazón? ¡Ah, cuánto amor! Hermanita, procuremos responder a él… (Carta 53)

Al final de su vida, deja también un testamento espiritual para su única hermana: Guita, casada y con dos niñas. El título del escrito El cielo en la fe, lo dice todo. En una época donde a la mujer casada no se le pedía más que una vida piadosa, ordenada y de obediencia al marido; Isabel le propone una vida de intensa comunión con Dios, de oración constante, sin renunciar a su estado de esposa y madre, proponiéndole vivir lo mismo que ella vive en el Carmelo. Con esto, se adelantó al Concilio Vaticano II, que recordó de nuevo que también los seglares están llamados a la vida de oración y contemplación. 

AUTOR: María del Puerto Alonso ocd - Carmelo de Puzol