Discernimiento teresiano

discernimiento-teresiano La instancia del discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristiano realiza de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo”. Este discernimiento se da dentro del dinamismo de la existencia humana, entre sus tensiones y ambigüedades, entre los aciertos...

 



DISCERNIMIENTO

Etimológicamente la palabra discernimiento viene del Latín DISCERNERE, compuesto de DIS que quiere decir “en dos” y de CERNERE que significa distinguir, así, ISCERNIMIENTO sería un juicio por cuyo medio, o por medio del cual, percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas. Por ello, el discernimiento exige tener un modelo de valores para poder distinguir lo que se debería hacer en cierto momento o cierta circunstancia, o lo que no se debería hacer.

Pero cuando nos referimos al discernimiento en Santa Teresa, tenemos que ir más allá de lo que etimológicamente significa la palabra, debemos recurrir al ámbito espiritual y al ámbito místico. El Diccionario de la Mística nos dice que el “discernimiento de espíritus trata de establecer criterios para juzgar sobre la procedencia de las inspiraciones, es decir, para saber si vienen de Dios y de sus ángeles o del diablo, o si proceden del hombre mismo”.

“Queda aquí entendido y nótese mucho, por amor del Señor que aunque un alma llegue a hacerla Dios tan grandes mercedes en la oración, que no se fíe de sí, pues puede caer, ni se ponga en ocasiones en ninguna manera. Mírese mucho, que va mucho; que el engaño que aquí puede hacerle demonio después, aunque la merced sea cierto de Dios, es aprovechase el traidor de la misma merced en lo que puede…”(V. 3,9).

Según el Nuevo Diccionario de Espiritualidad “La instancia del discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristiano realiza de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo”1. Este discernimiento se da dentro del dinamismo de la existencia humana, entre sus tensiones y ambigüedades, entre los aciertos y las incoherencias, entre las alegrías y las tristezas, entre la voz de Dios y sus silencios… y de ello, de tensiones, ambigüedades, aciertos, incoherencias, alegría, tristezas, palabras y silencios de Dios, sí que sabía Teresa. Sólo es acercarse a sus obras para constatar que toda su vida es un continuo discernimiento entre lo que el Señor le pide y las pocas fuerzas que la acompañaban para lograrlo; entre lo que dice el Señor a su corazón y lo que dicen sus confesores; entre el deseo de vivir un camino de perfección y la constatación permanente de sus imperfecciones.

“Comencé de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones, y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades, que ya no tenía vergüenza de en tan particular amistad, como es tratar de oración, tornarme a llegar a Dios; y ayudóme a esto que como crecieron los pecados, comenzóme a faltar el gusto y regalo en las cosas de virtud… Este fue el más terrible engaño que el demonio me podía hacer debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como los muchos…”(V, 7,1).

Así, el caminar humano, espiritual y místico de Teresa es un caminar en permanente discernimiento, ella siente la constante necesidad de discernir su vida religiosa, su vida cristiana, su vida espiritual, su apostolado, su lugar en la Iglesia. Es a través del discernimiento que ella percibe que su vida se abre a valores superiores que son los valores del Espíritu; valores con los cuales toda su existencia alcanza su mayor valoración.

CRISTO, PALABRA DE DIOS: FUNDAMENTO DEL DISCERNIMIENTO TERESIANO

El discernimiento Teresiano es un discernimiento sobre la propia conciencia que afecta todo el comportamiento humano. Por ello el momento primero del discernimiento es encontrar ese valor absoluto sobre el cual se valoraran las demás cosas. En el caso de Teresa es fundamentar la vida en Dios. Ella necesita aprender a escuchar la voz de la conciencia, que le dice: haz esto, evita aquello(GS 16). Es un aprendizaje continuo, para el que necesita estar matriculada en esa escuela que está en la intimidad del corazón, donde Dios habla sin ruido de palabras. Y es en la relación de Teresa con Dios, que aprende a conocerle a Él y desde Él a saber de todas las cosas; la justa forma de todo. “La relación con Dios es algo profundamente personal, y la persona es un ser en relación, y si la relación fundamental – la relación con Dios – no está viva, si no se vive, tampoco las demás relaciones pueden encontrar su justa forma. Pero esto vale también para la sociedad, para la humanidad como tal. También aquí, si falta Dios, si se prescinde de Dios, si Dios está ausente, falta la brújula para mostrar el conjunto de todas las relaciones a fin de hallar el camino, la orientación que conviene seguir”.

Es en Dios donde Teresa alcanza su propio conocimiento y adquiere la claridad de espíritu para configurar su vida con Él. Es fundamental para ella entablar una relación con Dios de la que brotará permanentemente su propio conocimiento, porque para ella, sólo a partir de un verdadero autoconocimiento, brotará una forma de vivir conforme a la voluntad de Dios.

Así lo dirá: “No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento a donde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes”(1M.2,9).

Su relación con Dios es fundamental, de ella brota su propio conocimiento y en ella encuentra el querer de Dios. Teresa busca el camino más seguro para llegar a esa relación íntima con su Dios; el camino de encuentro con Él: la oración. Ese trato de amistad que a través de su oración en la que el Señor dictará al corazón de Teresa lo que debe de hacer, cómo debe de vivir y a dónde debe llegar. Pero al corazón de Teresa llegan voces que le hablan de muchas y muy diferentes maneras, será entonces el mismo Cristo, el rostro de su valor absoluto, el fundamento de su discernimiento; será Él quien hablé y dicte a su corazón la voluntad divina.

Cristo es para Teresa el referente obligado, pues su mayor deseo es hacerlo todo como Él, dejarse guiar por Él. Ella constantemente nos está señalando a Cristo como la ruta segura a seguir y nos advierte de los peligros en que puede estar nuestro caminar espiritual cuando nuestros pasos van por otros caminos: “Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio haber hecho perder muchas por aquí! Que todo esto les parece humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca salimos de nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se puede temer. Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad, y ennoblecerse ha el entendimiento…”(M. I 2,11).

Ella no quiere más confusiones ni engaños, quiere escucharlo a Él y Él le habla con palabras que en su corazón se convierten en esas certezas que sólo la palabra de Dios pronunciada a través de su hijo, se perciben en el corazón humano. Palabras que regalan a Teresa en forma de frutos, las verdades para discernir si lo que sucede en su interior es acción de Dios o no: “Quedan unas verdades en esta alma tan fijas de la grandeza de Dios que cuando no tuviera fe que le dice quién es y que está obligado a creerle por Dios, le adorará desde aquel punto por tal…”(M. VI 4,6) .

FRUTOS DEL DISCERNIMIENTO TERESIANO

A través de la oración, Teresa tiene un encuentro personal con Dios y este le va revelando la verdad sobre su propio ser y sobre su ser Divino. Adquiere así, gran conocimiento de su propia precariedad, de sus límites, su temporalidad y sus múltiples imperfecciones.

Se experimenta así misma como un ser criatural y frágil y por ello reconoce con facilidad la obra que el mismo Dios realiza en ella, y es capaz de discernir con claridad que nada de lo que le viene sucediendo es fruto de sus esfuerzos y mucho menos obra del demonio. Porque en la constante tensión que vivió durante toda su vida, por un lado su inclinación hacia Dios, fundamento de su existencia, y por otro lado sus propios pecados y su incapacidad de superarlos por sus propias fuerzas, se sabe salvada y liberada por quien es su fuerza. Dirá en múltiples formas aquellas palabras que el Discípulo Juan dice a Pedro una vez alcanzada la abundante pesca en el lago aquella mañana de pascua: ¡Es el Señor!, es Él quien regala los frutos.

Un primer fruto que como verdad dice Dios al corazón de Teresa es el mayor conocimiento propio. Pues de un alma centrada en Dios y atenta a su voz, surge la gran verdad sobre sí misma: “primero da el Señor un gran conocimiento propio que hace estas mercedes” (M VI 9,15), porque la falta de conocimiento propio hace que se cierre la puerta a la comunicación más íntima con Dios. Así, el conocimiento propio es necesario para avanzar en el camino de oración y alcanzar nuevas metas en ella, y a su vez, es también es fruto de la misma oración.

Un segundo fruto es la conciencia del propio pecado, porque Dios ofrece al hombre la posibilidad de conocer sus límites y debilidades: “... pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino” (M. II 1,11).

Un tercer fruto es el deseo encendido de cumplir la voluntad de Dios sin ninguna clase de interés personal. Porque el conocimiento propio y el palpar con tanta claridad los límites humanos, no debe debilitar el deseo de transformar el mundo: “Siempre se entiende que ha de procurar ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio”(M.V 3,1).

SEÑALES EN EL CAMINAR DEL DISCERNIMIENTO TERESIANO

Además de los frutos que el Señor regala a Teresa a través de la oración y que se convierten en ella en verdades claras para un discernimiento espiritual, ella misma nos presentará tres señales que nos indican que se va por buen camino: “Trata de la misma materia y dice de la manera que habla Dios al alma cuando es servido, y avisa cómo se han de haber en esto y no seguirse por su parecer. Pone algunas señales para que se conozca cuándo no es engaño y cuándo lo es. Es de harto provecho”(Título Capítulo 3 M. VI).

La primera y más verdadera señal, dirá ella “es el poderío y señorío que traen consigo, que es hablando y obrando”(M. VI 3,5). Ella experimenta en su propia vida que la palabra de Dios es DABAR, es palabra que tiene poder sobre la naturaleza humana y que cuando esa palabra de amor, de perdón, de fuerza, de misericordia, de compasión… es capaz de hacer de un ser frágil y pecador, un ser humano amoroso, que perdona, con fortaleza para vivir la misericordia y la compasión, entonces esa palabra es una muy buena señal de que es palabra de Dios que se pronuncia al corazón humano.

La segunda señal, “una gran quietud que queda en el alma, recogimiento devoto y pacífico, y dispuesta para alabanza de Dios”(M. VI 3,6). Y esta si que es una buena señal: La paz que queda en el corazón del hombre cuando lo que se recibe viene de Él. Esta señal se convirtió en un criterio muy claro de discernimiento para Teresa; todo lo que le arrebataba la paz y el sosiego no era de Dios, pues la paz es un don del resucitado, un regalo de Dios para quienes se disponen a hacer su voluntad.

La tercera señal “es no pasarse estas palabras de la memoria en muy mucho tiempo y algunas jamás, como se pasan las que por acá entendemos, digo que oímos de los hombres…”(M. VI 3,7). Porque cuando la palabra es de Dios queda esculpida en la memoria y aunque lleguen ruidos propios del pecado, de los afanes de la vida o de las tentaciones, siempre resonarán con la claridad con que fueron pronunciadas por el Señor al corazón humano. Son certezas tan claras que en ocasiones no se es capaz de darlas a conocer por el límite del lenguaje humano.

Tener la seguridad de ir por buen camino regala mucha paz al corazón de Teresa, sobre todo cuando el Señor va pidiendo cada vez más a su alma. Cada vez son más los lugares donde el Señor pide a Teresa se haga su voluntad y su respuesta tiene la exigencia de ser lo que Él le pide, es decir, que todas las obras de Teresa tiene que ser el resultado de una conformación de voluntades: la Voluntad de Teresa conformada con la voluntad de Cristo.

HACIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS

Un primer lugar en el que Cristo le pide a Teresa que se haga su voluntad es en ella misma. Él la quiere para sí y ella quiere ser para Él. Se trata de tener una vida nueva, en la que Dios tenga la iniciativa. Ya Teresa no será más Teresa Ahumada, será Teresa de Jesús y Jesús será de Teresa. Él será en adelante el protagonista de su vida:”Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo- que he dicho – y aún algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, y yo toda engolfada en Él”(V. 10, 1).

Teresa, a través de la oración, atendió la voz de Jesús, se dejó llevar delicadamente por sus mociones interiores y Él fue configurando su obra. Fue Él quien dicto a su corazón cada verdad para que ella en medio de tanta confusión espiritual que había en la época y pesé a la dificultad que tuvo para conseguir buenos confesores y directores espirituales, fuera tomando la forma de perfección que el Señor iba dando a su vida. Nos dirá ella “Pues comenzando a quitar ocasiones y darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme más mercedes, como quien deseaba – a lo que pareció – que yo las quisiere recibir”(V. 23,2).

CLAROS CRITERIOS EN EL DISCERNIMIENTO TERESIANO

La obra interior que el Señor hace en Teresa también dará sus frutos. Tendrá en sus manos grañidísimas tareas que requerirán de un discernimiento en el Espíritu para poder ser llevadas a cabo según el querer de Dios. Nace en Teresa un carisma, que si bien al principio era de reformadora, el Señor la llevo por caminos insospechados para ella a tal punto de convertirla en fundadora y maestra de espirituales. Teresa agudizó su mirada, afinó su oído y sintonizó su corazón con Cristo para descubrir en la época en que vivía, en el lugar donde se encontraba como mujer y religiosa, lo que el Señor pedía a su corazón.

Experimenta a Cristo en lo más hondo de su ser, le da la certeza de haber encontrado esa fuente de agua viva que desde muy niña había buscado. Descubre que esa fuente estaba en su interior manando sin cesar. Una fuente que la colma a tal punto que en su corazón nace un ansia infinita de acción apostólica para la cual todavía no encontraba cauce. Con ese deseo de acción apostólica surgen otros escenarios que se convertirán en claros criterios de discernimiento teresiano. Escenarios en los que Teresa poco a poco va descubriendo su vocación apostólica y misionera y serán los que le permitan al Señor, coronar la obra de santidad que un día se soñó con Ella.

Sin lugar a dudas, fue para la obra apostólica y fundacional de Teresa, de vital importancia la capacidad que el Señor le regaló de leer LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS. Teresa fue una mujer de la época, acompañada de grandes literatos y artistas, fue renacentista. Sintió el dolor de Iglesia que ocasionaba la protesta luterana que se venía gestando y se dejó cautivar por el deseo de hacer algo por ella. Supo de América y le dolieron los indios que morían sin bautismo. Supo de las circunstancias adversas para la mujer de la época y palpo de cerca las vanidades del mundo en el que le tocó vivir.

“Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin, e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor, y toda mi ansia era y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fueran buenos…”(C. 1,2).

Como fruto de la lectura que Teresa hace a los signos de los tiempos, nace en ella un deseo de hacer algo, “…determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiese, y procurar estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo”(C. 1,2). LA IGLESIA se convierte así, en otro criterio muy significativo de discernimiento para su vida espiritual y apostólica. Le dolía de manera especial los daños que le hacían a ella los que estaban llamados a construirla: “y no sé de qué nos espantamos haya tantos males en la Iglesia, pues los que habían de ser los dechados para que todos sacasen virtudes tienen tan borrada la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron en las religiones”(V. 7,5).

Se angustia por el daño que hacen a la Iglesia los protestantes y que no reparan, por el contrario agudizan, los religiosos y las religiosas llamados a ser el signo de restauración en ella. Además, las posibles visiones de algunos llamados espirituales que lo único que hacen es confundir el alma. Nace en ella el deseo reparador de una Iglesia que la interpela y que se constituye en una voz de Dios, quien dicta a su corazón la necesidad de caminar en la fe conforme a ella.

“Tengo por muy cierto que el demonio no engañará ni lo permitirá Dios a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar aunque viese abiertos los cielos un punto de lo que tiene la Iglesia”(V. 25,12).

Teresa se pregunta qué puede hacer por Dios y por su Iglesia, y ya decidida a vivir con mayor perfección los consejos evangélicos, se propone además, vivir con la mayor perfección la regla del Carmelo, y es en este contexto donde brotará la idea de la Reforma Carmelitana como respuesta a ese deseo de perfección que nace en su corazón. Así, la reforma que se originó en el deseo de fidelidad de Teresa a la voz de Dios, asume un importante servicio eclesial, y la IDENTIDAD CARISMÁTICA que busca vivir, surge entonces como un nuevo criterio de discernimiento en la vida espiritual de ella, y aunque los afanes de la reforma siempre generarán inquietud en su corazón, la certeza de saber que el Carmelo Descalzo que nace, es lo que el Señor le pide, le da las fuerzas necesarias para seguir adelante con tan magna tarea, porque los pasos que da para alcanzar una identidad carismática, los da en sintonía con los pasos de su caminar hacia la perfección.

“En lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía; sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo entendiendo que lo quiere su majestad. Esto parece dificultosísimo… más esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos…”(F. 5,10).

Dentro del Carmelo Descalzo brota LA COMUNIDAD como otro criterio claro de discernimiento espiritual, como la voz clara de Dios, fruto de una oración que nos coloca en comunión. Porque es en medio de la comunidad de hermanas y hermanos donde el Señor se revelará como el compañero inseparable de camino, y es al interior de la misma, donde se legitima la obra que el Señor hace al interior del alma.

Teresa sabe que el camino de perfección es un camino que se hace gracias al fuerza de la oración, pero reconoce que se puede sucumbir fácilmente en la aventura de orar cuando se vive en soledad, es por ello necesaria a compañía de quien nos “haga espaldas”, de allí brotará toda la pedagogía comunitaria del amor que Teresa propondrá como criterio cierto de un caminar según el querer de Dios: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar”(C. 4,7).

Se trata de una opción radical por vivir en todo y cada momento la caridad con el fin de vivir un amor – comunión que permita al espíritu liberarse de todo egoísmo y vanidad. “Cuanto a lo primero que es amaros mucho unas a otras, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase con facilidad en los que se aman y recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo aprovecharía mucho para guardar los demás”(C, 4,5).

Porque es al interior de la comunidad y en el amor de unos con otros donde brotan elementos constitutivos del Carmelo Teresiano: la alegría, la recreación, la amistad, la vida interior. Es en una vida comunitaria verdaderamente fraterna, donde se manifiesta Cristo resucitado; ese es su rostro.

Desde la comunidad, LAS OBRAS, ellas también serán un criterio que le ayudará a descubrir la mejor forma de contentar a Dios. Todas las obras para Teresa deben sintonizarse en una doble dimensión apostólica: la oración y la misión. Por ello, para Teresa, siempre Marta y María han de ir juntas. Porque el amor a Dios se compadece en el amor al próximo, como ella misma lo dirá: “¡Oh Jesús mío, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a vos por su amor y ganancia, y entonces sois poseído más enteramente!; porque, aunque no se satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de Vos, mientras vivimos en esta mortalidad, si no van acompañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama, Señor mío, pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán” (E. 2,2).

De la oración en Teresa, brota un inmenso afán de amar al otro, de que ese otro ame a Dios y se sienta amado por Él. Ella, adelantada más de cuatro siglos, entendió lo que hoy nos pide el Documento de Aparecida; se supo Discípula Misionera, y todo su deseo misionero brotó de una actitud de discípula; fue estando muchas veces y grandes ratos a los pies del Maestro, donde escucho de sus propios labios lo que le pedía hacer por su Iglesia, por las almas que se perdían, por sus hermanas de comunidad… por todos los hombre; fue allí donde entendió que lo que hiciera por ellos, lo haría por Él.

“Con que acaba, dando a entender lo que parece pretende nuestro Señor en hacer tan grandes mercedes al alma, y cómo es necesario que anden juntas Marta y María. Es muy provechoso”(inicio capítulo 4 de las séptimas morada).

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El discernimiento es propio de todo ser humano, todos los días y a todo momento estamos preguntándonos por qué camino coger, qué hacer, hacía dónde ir, y cuál es la manera más correcta de avanzar. Pero hay personas especialmente dotadas de este Carisma y Teresa fue una de ellas, porque tuvo la capacidad de ver claro en lo más íntimo de su ser y de los demás seres humanos, su relación con Dios. Toda su obra es un tratado de discernimiento.

El discernimiento en ella se puede expresar desde una circularidad que posee tres elementos: Un fundamento que es la experiencia del amor Dios. Un rostro concreto de ese amor que es Jesús encarnado y entregado por amor, y una línea transversal que es la oración.

A través de la oración Teresa descubre el amor de Dios y quiere dar respuesta a ese amor que se le revela en la persona de Jesucristo, es Él quien dicta al corazón sus deseos, cuya realización es contentarlo a Él. Su camino espiritual, camino de discernimiento, es un caminar buscando hacer la voluntad de Dios, la misma que le comunica Él a través de la oración; coloquio permanente de amor a través del cual el amante lleva a su amada al interior de su propio corazón, al centro y mitad donde habita Él.

 

AUTOR: P. Jorge Mario Naranjo M., OCD