Ante todo preguntémonos ¿Qué es la Lectio Divina? Hay una definición clásica del Padre Louis Bouyer: “En la tradición monástica, la Lectio Divina es en primer lugar una lectura de la Escritura, lenta, tranquila, rumiada, pero ajena a toda utilidad extraña...
Creo que hoy será raro encontrar un cristiano practicante que no haya oído hablar de la Lectio Divina, pero es probable que no conozca mucho su trayectoria y su metodología, por eso en este artículo trataré de dar algunas luces sobre ambos aspectos.
Quizá suene a novedad, pero en realidad esta es una práctica espiritual de acercamiento a la Sagrada Escritura que data de los primeros siglos del cristianismo. Ya por allá en el siglo II los estudiosos y los eremitas la utilizaban. Es de Orígenes, nacido en 185, este comentario: “Dedícate a la lectio de las divinas Escrituras; aplícate a ellos con perseverancia...Entrégate a la lectio con la intención de creer y agradar a Dios. Si durante ella encuentras una puerta cerrada, llama y te abrirá aquel portero del que Jesús tiene dicho: (Jn 10,3). Entregándote así a la lectio divina, busca con lealtad e inquebrantable confianza en Dios, el sentido de las divinas Escrituras oculto a la gran mayoría...”
Su práctica se fue extendiendo por toda la cristiandad, sobre todo entre los monjes, y se convirtió en la gran aproximación orante de los Padres de la Iglesia y de la mayoría de los cristianos. Su popularidad duró hasta la baja Edad Media, cuando la piedad cristiana se fue intelectualizando más y más hasta llegar, con la Devotio Moderna, a perderse la práctica de la Lectio que fue sustituida por la lectura espiritual, la meditación y otras formas piadosas. Con el Vaticano II se volvió a “las fuentes” y se nos invitó a volver a practicar la Lectio Divina que tanto fruto dio a lo largo de los primeros siglos del cristianismo.
Esta es sólo una brevísima reseña histórica de la Lectio, ahora delinearemos su metodología. Hay muchos libros actualmente sobre el tema. Se dan cursos, se dictan conferencias, por lo tanto quien desee seguir profundizando encontrará abundante material para hacerlo.
LEER ORANDO
Ante todo preguntémonos ¿Qué es la Lectio Divina? Hay una definición clásica del Padre Louis Bouyer: “En la tradición monástica, la Lectio Divina es en primer lugar una lectura de la Escritura, lenta, tranquila, rumiada, pero ajena a toda utilidad extraña. Además es una lectura, en la que tras el texto, el alma percibe la presencia viva de Aquel que la inspira; una lectura, también, que se aplica a sí misma como una palabra a ella dirigida. Esto quiere decir que esta lectura es finalmente un y por eso es ya oración, encuentro del alma con Dios, pero donde el alma se calla frecuentemente para dejar que Dios hable”.
En esta definición encontramos los rasgos esenciales de la lectio: En primer lugar, lectura de la Escritura, que, en segundo lugar, es ajena a toda utilidad extraña, es decir no es el momento de preparar una homilía, una clase o un escrito, y que, por último, debe desembocar en la oración.
En cuanto a la metodología, que indudablemente se debe ajustar a las necesidades de cada orante, se ha delineado el siguiente esquema siguiendo el texto evangélico de Mt 7,7-8 “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama se le abrirá” que Guigo II el Cartujo interpretó así: “Buscad LEYENDO y se os abrirá MEDITANDO. Llamad ORANDO y abriros han CONTEMPLANDO”. Este comentario se le ha adjudicado erróneamente a San Juan de la Cruz quien probablemente la citó en alguna charla, pero sin dar a conocer su procedencia. Normalmente los pasos de la lectio aparecen en latín por eso así los utilizaremos aquí.
LA LECTIO
La lectio que consiste en leer un texto bíblico, bien sea de la liturgia del día, bien de una lectura continua de algún libro bíblico o de un tema en particular, va muy unida a la escucha pues aunque nuestra lectura sea personal, el elemento de la escucha siempre tiene que estar presente. Cada vez que leemos la Escritura tenemos que ser conscientes de que Dios nos está hablando y por lo mismo hemos de poner atención a las palabras de nuestro interlocutor.
Antiguamente la lectura individual se hacía en voz muy baja, audible sólo para el lector, pero al utilizar la vista y el oído, la Palabra adquiría nueva vitalidad pues no entraba sólo por los ojos sino también por el oído y de esa manera era más fácil irla también memorizando. Es que la lectio no debe hacerse apresuradamente. No se trata de leer por leer, se trata de entrar en contacto directo con Dios, el autor de la Escritura. Si al leer un texto no se entiende su sentido, se debe volver a leer hasta que sus palabras hayan sido captadas por la inteligencia. No que se “entienda” el sentido del texto exactamente, eso vendrá a través de la meditatio, pero sí el sentido primario de lo que se lee.
A medida que se va leyendo empiezan a surgir las “resonancias” bíblicas y es bueno irlas anotando inmediatamente. La Biblia de Jerusalén aporta paralelos muy enriquecedores que a su vez nos remiten a otros textos escriturísticos. Muchas veces un texto algo oscuro es esclarecido al confrontarlo con otros pasajes paralelos, por eso hay que “rebuscar” en la riqueza de las Escrituras. En este momento se puede responder a esta pregunta ¿Qué dice el texto?
LA MEDITATIO
Ante todo hay que entender este término ya que su sentido ha evolucionado a lo largo de los siglos. Como aquí lo utilizamos a partir de la tradición secular de la lectio es importante no confundirlo con lo que hoy llamamos meditación y que San Juan de la Cruz ha definido como “acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los ... sentidos...” (2S 12,3).
La meditatio es realmente la de la Palabra encontrada en la lectio e implica la repetición orante del texto, de una frase o simplemente de una palabra de las leídas. Una repetición que tiene que buscar el encuentro con Dios, el contacto directo con él, que ya se suponía desde que empezamos a leer, pero que ahora la lectura nos ha proporcionado nuevos textos que inflaman nuestra alma, nuestra mente y corazón y que lentamente vamos desgranando ante el Señor. Si nos encontramos solos, esta repetición se puede hacer en voz baja, lentamente y poniendo todo nuestro ser en cada palabra que decimos.
La gran diferencia con la “meditación “ moderna, muy popularizada desde el siglo XVI por San Ignacio de Loyola, es que la meditatio no es un ejercicio intelectual , no se ora haciendo teología ni exégesis, no exige composición de lugar ni ir viendo a cada personaje que aparece en el texto.. La meditatio, que ha de desembocar en la oratio, es el saboreo de lo que la lectio me ha dado a entender. Podríamos sintetizar diciendo que en la lectio exprimo el contenido del texto leído, mientras que en la meditatio lo degusto, lo saboreo, lo personalizo.
La pregunta que ahora se nos ofrece es: ¿Qué me dice el texto a mí? Como vemos es algo personal. El mismo texto leído en grupo dirá a cada persona algo muy diferente, porque la Palabra de Dios se dirige a cada uno en particular. Esto no implica subjetivismo, como algunos dirán. La solidez del contenido del texto se ha verificado en la primera parte o sea en la lectio y éste debe ajustarse a la tradición de la Iglesia, a las notas marginales, etc. Pero como la riqueza de la Escritura es infinita, el mismo texto aporta luces diferentes a cada orante de la Palabra.
El No. 8 de la Regla de San Alberto sólo se puede entender a partir del sentido originario de la palabra meditatio ya que “meditar día y noche la ley del Señor y velar en oración” no exige un ejercicio constante de la inteligencia sino de la voluntad que repite incesantemente aquella frase bíblica que le ha llamado la atención. Lo que interesa es el amor.
ORATIO
La oratio es el corazón de la lectio divina. Siempre que nos acercamos a la Escritura entablamos un contacto oracional con Dios. Teresa de Jesús nos dice que orar es “tratar de amistar estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Pues precisamente esa es la finalidad de la oratio, entrar en contacto amoroso con la Palabra, dialogar con ella, abrirle el corazón, la mente y el espíritu. Es entablar un diálogo amoroso con el Señor y para ello no se pueden dar normas o reglas fijas. La intimidad con el Señor es absolutamente personal e intransferible, pero debe ajustarse a la enseñanza del Señor que en Mateo nos advierte “Cuando oréis, no digáis muchas palabras”.
En realidad la oratio es la continuación de la meditatio que nos ha proporcionado el sentido del texto leído. Si en la meditatio se repite lentamente una palabra o frase, en la oratio le hablamos a Dios con nuestras propias palabras, le abrimos el corazón, o sencillamente lo miramos. Aquí entraría bien la enseñanza de San Juan de la Cruz al hablar de la “advertencia amorosa” o tercera señal para que el orante deje la meditación y empiece a acercarse a la contemplación: “”La tercera y más cierta (señal) es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso, y sin actos y ejercicios de las potencias...sino sólo con la atención y noticia general amorosa, sin particular inteligencia y sin entender sobre qué” (2S 13,4).
Preguntémonos ahora ¿Qué digo a Dios? Sabemos que al orar no hay que “hablar”; el corazón, los sentimientos pueden expresar muchas cosas que no logran decir las palabras. Por eso al decir ¿Qué le digo a Dios? No se trata de elaborar una plegaria, basta ESTAR CON EL.
CONTEMPLATIO
Si los especialistas en el tema de la lectio divina dicen que la oratio es tan personal que es imposible concretizarla, mucho más difícil encuentran hablar de la contemplatio porque “es una experiencia exquisitamente personal. Por eso las descripciones que de ella dan los maestros espirituales, aunque convergentes son necesariamente diferenciadas”. También en la contemplatio hay que tener en cuenta la evolución del término que nada tiene que ver con la contemplación griega, de Plotino, o incluso de místicos muy conocidos. Sin embargo para Guillermo de Saint Thierry “La contemplatio consiste en la unión del conocimiento y del amor” y para San Juan de la Cruz “no es otra cosa que la infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que si le dan lugar inflama el alma en espíritu de amor” (1N 10,6) Como vemos los dos místicos coinciden en la primacía del AMOR, que es en resumidas cuentas, lo que se ha buscado desde el comienzo de la lectio divina.
La última pregunta sería ¿Qué más sucede?, Lo que sucede es algo inefable entre Dios y el orante, por lo tanto no podemos entrar a indagar las consecuencias.
Estos cuatro pasos, que son los clásicos en la lectio divina, no es necesario hacerlos todos en una hora o un período determinado. Raras veces cuenta uno con todo el tiempo necesario para desarrollar el esquema completo. Ideal en jornadas de desierto, tiempos de retiro dedicar varias horas seguidas a la lectio, pero ordinariamente no podemos darnos ese lujo. ¿Qué hacer entonces?
LA “LECTIO” HOY
Creo que una buena práctica es preparar la lectio, por ejemplo, la noche anterior dedicándole todo el tiempo del que uno disponga. El hacerlo de noche tiene la ventaja de que durante el sueño el texto y lo descubierto en la lectio queda en el subconsciente y al despertar fácilmente viene a la memoria. Como ya se ha profundizado el texto, durante el tiempo de oración se puede empezar directamente por la meditatio y la oratio, y quiera Dios desemboque fácilmente en la contemplatio.
Actualmente la práctica de la lectio divina ha ido adquiriendo un carácter comunitario muy marcado. Grupos de oración, grupos bíblicos, grupos de reflexión, jornadas de retiro, etc., han ido dando pasos en esta práctica. Evidentemente es algo muy laudable, porque las personas se acostumbran a la lectura de la Palabra de Dios y se van aficionando a ella. Tiene además la ventaja de poder profundizar en textos a veces difíciles para ser aclarados mediante el aporte de diversas personas. O si se practica la collatio, que es el compartir la lectio sobre un mismo texto que todos han preparado individualmente con anterioridad -por ejemplo los textos de la liturgia de los domingos- cuando esto se hace, el escuchar a cada persona enriquece y ayuda en la profundización del mismo.
Eso sí, no se debe confundir la lectio divina con cualquier tipo de lectura espiritual personal o grupal; para que sea en verdad una “lectura de Dios”, debe haber una aproximación ORANTE al texto, pues como se dijo al principio, lo que el orante busca es ESCUCHAR A DIOS, entablar un diálogo con “quien sabemos nos ama”. A veces se puede correr el riesgo de que el tiempo dedicado a la oración se convierta en un tiempo de estudio bíblico, en ese caso no se estaría buscando la finalidad de la lectio divina.
El mismo lugar donde se hace la lectio es importante, bien sea en la propia habitación, en una capilla silenciosa y bien iluminada o en lugares dedicados específicamente para ello, la Palabra de Dios debe ocupar un lugar de honor. Así como en la capilla el sagrario y la Biblia están en lugares relevantes, en un salón o quizá en un “rincón bíblico”, la Escritura debe resaltar entre lo que haya ahí. Es bueno tener iluminación adecuada. No demasiado fuerte, pero sí que permita leer con facilidad. Asientos cómodos y en general todo lo que favorezca la belleza y el recogimiento.
También en medio de la naturaleza se pueden hallar lugares ideales. El silencio, la soledad, paisajes que eleven la mente y el corazón serán una gran ayuda para el ENCUENTRO con Dios a través de su PALABRA. En días de desierto cuando se cuenta con suficiente tiempo para dedicarle a la lectio si se puede disfrutar de la naturaleza sería aconsejable aprovecharla.
Ojalá estas orientaciones sobre la lectio divina constituyan una verdadera invitación a su práctica y que sea la Palabra de Dios la que alimente diariamente nuestra oración personal. Para quienes diariamente rezan la Liturgia de las Horas, la lectio se convierte en un medio ideal para poder saborear los Salmos y las lecturas bíblicas que se encuentran en la liturgia.