El Padre Tito Brandsma, la santidad de la humanidad

El Padre Tito Brandsma, la santidad de la humanidad

Dado que este tercer número de nuestra revista Fonte está dedicado a esa polaridad que activa y dinamiza toda nuestra vida cristiana: pasión por Dios y pasión por la humanidad o, si se quiere, contemplación y compasión, no podíamos por menos que dedicar una reflexión a la figura espiritual del P. Tito Brandsma, carmelita holandés muerto en el campo de concentración de Dachau en 1942 y beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1985. El P. Tito conjuga en su persona de una manera singular estos dos elementos, que están separados  reconozcámoslo ya desde el principio- solamente en nuestros planes espirituales cicateros, en nuestras estrategias o en nuestros tratados, pero que no lo están, ni pueden estarlo, en la vida del que se toma medianamente en serio su fe en Jesucristo nuestro Señor. Tito Brandsma superó en su vida ese dualismo entre la vida mística, la contemplación, la oración, etc de una parte, y la compasión por los más necesitados y menesterosos por otra. Y ello le costó, en más de una ocasión, problemas serios: con las autoridades, son sus propios superiores, y con las fuerzas de ocupación que acabarían deteniéndole y deportándole al horrible mundo concentracionario donde encontraría la muerte.

Para que el P. Tito no quede ausente de este conjunto de trabajos y reflexiones sobre esta cuestión, hemos decidido ampliar, completar y matizar un artículo que ya publicamos hace algunos años en la revista Escapulario del Carmen y posteriormente con algunos añadidos y notas a pie de página en Carmelo Lusitano. Ello constituye la primera parte de esta reflexión. En la segunda parte pretendemos además apuntar (solamente apuntar) a la posible fundamentación teológica y espiritual de esa actitud integradora del P. Tito. Es un trabajo muy arriesgado y hecho casi “a ciegas” dado que, ya a más de veinte años de su beatificación, continuamos sin contar con las obras del P. Tito, no ya en traducciones para el gran público, sino ni siquiera con ediciones críticas o, al menos, con una bibliografía completa, oficial y fiable. Para encontrar ese fundamento vamos a utilizar la pista que nos ofrece un acontecimiento biográfico en el que se vio envuelto, relacionado con el Via Crucis del pintor belga Albert Servaes. 

En el lenguaje popular se suele aplicar la expresión "es muy humano" a aquella persona que destaca por su sencillez, por su cordialidad, por su cercanía a sus semejantes en los momentos tristes y alegres, por su solidaridad con la persona que tiene al lado. Es una expresión popular, pero que entraña un significado muy profundo: es esa "simpatía" (en el sentido más originario de la palabra), ese "sentir-con", ese ser capaz de hacer propios los sentimientos de los que tenemos al lado. Son las "entrañas de misericordia" de las que tanto se habla en el Antiguo Testamento, o ese "reír con el que ríe y llorar con el que llora" que utilizaba San Pablo. Muchos santos de la Iglesia Católica han destacado por su vida de ascetismo o quizás por su capacidad de renuncia, por su observancia ejemplar o por haberse retirado a una vida de oración y soledad, de penitencia y de sacrificio. Pero hay también otra categoría de santos más "cotidianos", más cercanos a nuestro propio vivir de cada día, más "humanos"... Santos que han sabido amar la vida, las cosas; que han sabido trasmitir a sus semejantes esa sencillez; que han sabido compartir con ellos sus momentos fáciles y difíciles, como señalábamos al principio. Son además personas integradas en la sociedad, comprometidos con ella e ilusionados con poner su granito de arena en esa tarea de construir entre todos un mundo mejor.

A veces se les ha considerado santos "de segunda". Es un gran error. El que no abundaran en sus vidas los fanatismos, las caras serias ni las excentricidades, o los grandes tratados teológicos; o el que hicieran gala de un buen sentido del humor, no les resta ni un ápice de su "categoría de santos" (valga la expresión). Llegado el momento supieron dar la talla de lo que llevaban dentro, hasta el extremo de dar su vida por aquello en lo que creían. A esa categoría de santos pertenece nuestro P. Tito Brandsma. Su vida es bien conocida y no podemos detenernos mucho en ella: frisón, carmelita, sacerdote, periodista, profesor de Historia de la Mística en la Universidad de Nimega, Rector Magnífico de la misma universidad, prisionero del gobierno de ocupación nazi en Holanda, por negarse a colaborar con ciertas medidas tomadas por éste (la expulsión de los niños de origen judío de los colegios católicos o la inclusión obligatoria de consignas nazis en los diarios católicos, de los que él era el representante), prisionero en varias cárceles y campos de concentración, incluido el Lager de Dachau en el que moriría un 26 de julio de 1942. Nos detendremos más bien en ciertos aspectos de su vida y de su personalidad que nos revelan esa "espiritualidad entrañable", esa "elegancia espiritual", ese talante optimista y esperanzado, esa armónica fusión entre el místico y el profeta, entre la contemplación y la compasión a la que nos referíamos al principio. Es un ejemplo para los carmelitas del siglo XXI. Nuestro carisma se puede vivir plenamente, aún dentro de un mundo tan complejo, tan contradictorio y a la vez tan apasionante como es el del siglo que se nos ha ido, dejándonos no pocas secuelas y retos. No nos dejemos llevar por esa tentación -tan frecuente, por otra parte, en la historia de nuestra Orden- del perfeccionismo, del rigorismo, tan contrario al espíritu de nuestra Regla, de la "vuelta atrás", que bajo una apariencia de mayor santidad, suele encubrir un miedo velado al futuro...

 AUTOR: P. Fernando Millán Romeral O.Carm.

DOCUMENTO EN WORD: Tito Brandsma, la santidad de la humanidad

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