San Rafael Kalinowski: vida y espiritualidad

San Rafael Kalinowski: vida y espiritualidad

Se cumplen cien años de la muerte de Rafael de San José (José Kalinowski), restaurador del Carmelo Teresiano en Polonia, muerto a principios del siglo XX (15 de noviembre de 1907) en la pequeña ciudad de Wadowice —no lejos de Cracovia—, donde trece años  más tarde, un 18 de mayo de 1920, nacería Karol Wojtyla, el futuro Sumo Pontífice Juan Pablo II. Él fue quien canonizó a su paisano en la ciudad de Roma el año 1991, en el contexto de las celebracio- nes del año jubilar del cuarto centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. Por primera vez, después de la muerte del Doctor Místico, la Iglesia canonizaba a un hijo espiritual suyo, a un carmelita descalzo.

En este articulo queremos ofrecer los rasgos fundamentales de la vida y la espiritualidad de San Rafael Kalinowski, segundo varón del Carmelo Teresiano poclamado santo.

ETAPAS FUNDAMENTALES DE UNA VIDA MUY FECUNDA.

Infancia y juventud

José Kalinowski nació el 1 de septiembre del año 1835 en Vil- nius, capital de la actual Lituania, de una noble familia polaca. Sus padres fueron Andrés Kalinowski, profesor de matemáticas en el Instituto de Nobles de Vilnius y Josefa Polonska. El pequeño José no tuvo la dicha de gozar de la sonrisa de su madre, pues ésta murió a  los pocos días de nacer él. Su educación le correspondió a su tía Victoria, convertida en su madrastra, por el matrimonio de su padre en segundas nupcias con ella. Pero también ésta, después de haber cul- tivado durante nueve años las virtudes del amado sobrino-hijastro, voló al cielo para juntarse con su hermana, de suerte que el esposo,  de nuevo viudo y con cinco hijos (dos del primer matrimonio y tres del segundo) se vio obligado a casarse por tercera vez. Esta vez la elección recayó sobre la señorita Sofia Puttmaker, hija de Maria Wereszczak, la mujer que Mickiewicz, el poeta polaco más famoso del romanticismo, inmortalizó en sus poemas. San Rafael llamó a la última esposa de su padre con el dulce nombre de mamá.

De su ilustre familia José hereda el garbo y el tono. Apegadísimo a sus seres queridos, nunca los olvidó, ni en las penas ni en las alegrías, en las luchas y en los triunfos de su vida. Aún durante el destierro, al que fue condenado por haber participado en la insurrección polaca del 1863, pensaba continuamente en ellos y les enviaba, como símbolo de su tierno reconocimiento, el homenaje de flores cultivadas por él mismo en los campos.

Los estudios

En el Colegio de Nobles de Vilnius, en el que su padre fue sucesivamente profesor, prefecto de estudios y director, y en el que entró a los nueve años, José Kalinowski se distinguió por su inteligencia y por su intachable conducta. A los 17 años se encuentra en una encrucijada: ciertamente el bachillerato obtenido en el colegio, aunque brillante, no bastaba. El estudio, como todo lo que está vinculado con la cultura, con la religión y con la patria, era muy estimado en la familia Kalinowski. Los padres hicieron todo lo posible por mandar a sus hijos a la Universidad. Y esto no era fácil entonces.

Los dos grandes pueblos, el polaco y el lituano, unidos entre sí por una unión federal, oprimidos por Rusia, especialmente después de 1772, habían sido privados de sus centros propios de cultura y de ciencia. La juventud sólo podía escoger las uni- versidades rusas, en las que eran  privados  del  propio  ambiente  y  de los ideales patrios. Ésta fue también la nueva situación de José y de sus hermanos. Nuestro Santo comenzó sus estudios univer- sitarios en la Academia de Agronomía en Hory Horki.  Sin  em-  bargo permaneció allí poco tiempo estudiando zoología, química, agricultura y  apicultura.  Su  gran  inclinación  a  las  matemáticas  y a las ciencias afines,  heredada  del  padre,  lo  llamaba  a  otra  parte y, así marchó a San Petersburgo, a la Academia de Ingeniería Militar. Hubiera preferido el equivalente a nuestra Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, pero el cupo de los candidatos estaba completo.

Ingeniero y geómetra por vocación y militar por fuerza

En 1859, terminados los estudios y obtenido el grado de tenien- te, para librarse del ambiente moralmente poco sano y religiosamen- te indiferente, Kalinowski salió de San Petersburgo para trabajar en  el proyecto del ferrocarril Kursk-Kiev-Odessa. En aquella región campestre, lejos de los ruidos de las grandes ciudades, se sintió más cerca de Dios y superó los síntomas de una crisis de fe. «En la completa soledad en la que vivo —escribe a la familia— he podido formarme una buena vida interior y, a decir verdad, debo afirmar   que este trabajo conmigo mismo y sobre mí mismo, lejos de  la  gente, ha causado un gran cambio hacia el bien. He reconocido el valor de los ya conocidos conceptos religiosos y finalmente me he dirigido hacia ellos»1. Durante todo ese tiempo siguió incrementan- do su devoción a la Reina de los Cielos. En  las  Memorias  nos cuenta que se despertó en él «el sentimiento de la confianza en la intercesión de la Virgen Santísima»2.

Capitán del Estado Mayor

Desafortunadamente, la construcción del ferrocarril fue aplazada indefinidamente. Nuestro Santo abandonó por tanto la Compañía del Ferrocarril y fue trasladado, por petición suya (ya que no quería permanecer en San Petersburgo), a la Fortaleza de Brest Litovsk,  para asumir el mando de Ingeniería. Aquí llegó en noviembre de 1860.

De una parte parece que todo va bien en su vida. Aquí en Brest   es promovido a Capitán del Estado Mayor. Pero, por otra parte, vive días muy tristes y se convence cada vez más de que  la  carrera  militar no es para él ¿Cuáles son las razones que le producen esta pesadumbre? Sobre todo la triste suerte de la Iglesia Católica, perseguida por el poder zarista; la inscripción forzada de los católicos de rito bizantino (uniatas) al rito ortodoxo; las penosas condiciones de   la juventud, privada de las escuelas, cerradas por el poder ocupante. Por propia iniciativa y bajo su responsabilidad fundó aquí una escuela dominical, en la que fue profesor y educador.

Dimisión del ejército

José Kalinowski decide en Brest que su puesto no está en el ejército del Zar. Presenta por lo tanto la dimisión de capitán del ejército y busca otro puesto de trabajo. Influyó en esta decisión el hecho que durante las vacaciones de 1861 fue testigo en Varsovia de una manifestación patriótica contra la dominación  rusa.  Además en Ciechocinek, a donde iba a curarse en los baños de aguas termales, pudo observar actitudes antipolacas entre las filas del ejército zarista. La petición definitiva  de  la  dimisión  se  aceleró  con el estallido de la insurrección polaca contra los rusos  en  el  enero de 1863. El Santo «no fue capaz —como lo confiesa él mismo— de llevar más el uniforme del ejército ruso, mientras su corazón se despedazaba sabiendo que  se  derramaba  la  sangre  de sus connacionales»3.

La insurrección polaca de 1863

José Kalinowski, mejor que nadie, conocía el poderío militar zarista y preveía que la insurrección estallada no podría menos que fracasar: «demasiado clara era la visión interior de la lucha de un pueblo desarmado contra la fuerza del gobierno ruso, que contaba  con un poderoso ejército» —escribió en sus Memorias 4—. Estaba convencido de que Polonia «tenía necesidad del sudor más que del derramamiento de sangre; ya se había derramado demasiada» —como confiesa el 17 de marzo de 1863 en una carta a su hermano mayor Víctor 5—. Siendo consciente de todo ésto se pregunta no obstante inmediatamente: «¿Puedo permanecer pasivo, cuando tan- tas personas lo han sacrificado todo por esta causa, que indudable- mente es considerada como una causa nacional?» 6. Decide final- mente unirse a los insubordinados, llegando hasta ser Ministro de Guerra para la región de Vilnius.

Salvando vidas humanas

Resumiendo en las Memorias su actividad como insurrecto, nuestro Santo escribe: «mi esfuerzo se dirigía sobre todo a llevar ayuda y, donde era posible, a salvar vidas humanas»7. De hecho, cuando regresó a Vilnius de Varsovia a principios de junio de 1863, después de haber recibido el encargo del Gobierno nacional, la in-  surrección estaba ya prácticamente controlada. En la ciudad reinaba un inimaginable terror causado por el plenipotenciario del Zar, Miguel Murawiew, quien convirtió los conventos en cárceles, arres- tó y mandó al destierro al obispo de Vilnius Adán Krasinski, firmó  en un solo mes 18 sentencias de muerte y mandó a Siberia pobla- ciones enteras. En semejante situación no era fácil dirigir a los sublevados. Y entonces el Santo, como confiesa él mismo, buscó sobre todo salvar cuantas vidas humanas pudiera, evitar lo peor para sus propios connacionales.

Sabía que el hombre alcanza su plenitud en el servicio a los demás. Inspirándose en este principio, aunque no había sido uno de los organizadores de la insurrección (que para él siempre fue un error), se unió a ella con una sola intención: salvar a los rebeldes.

«Evitar que otros cometieran este error —así escribe un carmelita polaco—, no tomar parte alguna en cometer el gran error y, sin embargo, después, aceptar generosamente el asociarse a las tristes consecuencias del error, soportar con los otros la pena del error sin acusar a ninguno: este fue el papel de Kalinowski en la insurrección»8.

Arresto y condena

Después de un largo período de vigilancia secreta por parte de   los rusos, la noche del 24 al 25 de marzo de 1864, José Kalinowski fue arrestado y llevado al convento de los dominicos, transformado en cárcel para los rebeldes. Era el último de los jefes de la insurrec- ción que estaba libre.

Su delito era grave: un ex-capitán del ejército del Zar convertido en ministro de la guerra contra el Zar. Por tanto la pena que le fue  impuesta por el Tribunal Militar el 2 de junio del mismo año fue también gravísima: la pena capital.

Las innumerables presiones de sus familiares, además de la grande estima de que gozaba entre todos, y sobre todo, una carta    que él escribió al mismo Murawiew, influyeron sobre este «Nerón   de los polacos», quien, para evitar que Kalinowski se conviertiera    en un mártir de su pueblo, conmutó la sentencia de muerte, por la     de diez años de trabajos forzados en Siberia.

Hacia el destino siberiano

Nuestro Santo emprendió el camino de Siberia junto con una larga fila de deportados. Nueve meses de viaje, desde Vilnius, a través de San Petersburgo, Moscú, Perm, Tobolsk, Krasnojarsk, Irkuts, hasta llegar a las riberas del lago Bajkal: trenes,  barcos,  carros destartalados, después a pie, entre indecibles dificultades, pantanos y hielos, enfermedades e infecciones, miseria material y moral de las poblaciones de la estepa helada, encuentros inespera-  dos como aquel con su hermano Gabriel, de 16 años, también con- denado al destierro, y sucesivamente las separaciones dolorosas. Es difícil narrar todos los detalles de este horrible viaje. Muchos de sus compañeros de infortunio murieron a lo largo del camino. «La ciu- dad de Perm —subraya por ejemplo nuestro Santo— era el lugar donde se reunía a los condenados, y de allí eran repartidos por todas las regiones de Rusia oriental. Las cercanías mismas de Perm, hasta  el lejano Oriente, las inmensas llanuras al sur y al norte  de  los  Urales se habían convertido en un inmenso cementerio para decenas de miles de victimas arrancadas del seno de la madre Patria. Fueron sepultadas para siempre»9.

«Un Ángel de Tobías»

Una biografía del Santo escrita en alemán por Ise Leitenberger tiene este sugestivo título: «Un Ángel de Tobías» 10. En efecto, como el Ángel para Tobías en el A. T., así nuestro Santo fue un verdadero amigo y compañero de viaje para tantos hombres. Y lo fue particu- larmente durante el viaje y durante la deportación siberiana. En aquellas circunstancias dolorosas se mostró como un verdadero altruista. No solamente supo soportar heroicamente los sufrimientos y las incomodidades, sino que compartió con los demás lo poco que  tenía: un pedazo de pan, una camisa, o por lo menos una sonrisa...     Y cuando las escasas existencias se acaban, escribe a los suyos a Vilna, tratando de excusarse: «Lo escribo claramente, la  miseria  aquí es grande; encontrar dinero en la Patria es siempre más fácil   que en Siberia. Me es inconcebible ser indiferente» 11.

En Siberia tuvo que trabajar en las salinas de Usóle, una ciudad  al lado del río Angara. Después, libre de los trabajos forzados, gracias a una amnistía, pero obligado a vivir en el distrito de Irkutsk, se dedicó a la instrucción de los hijos de los deportados y colaboraba con el padre Cristóbal Szwernicki, párroco de toda la Siberia, en la preparación de los niños para la primera Comunión. Durante este período, aprovechando la amistad con el P. Cristóbal, cultivó   una profunda vida interior, alimentada con la participación frecuente en los sacramentos y con la lectura de libros de teología. Esto último —como nos dice él mismo— para ir preparándose al estado eclesiástico, al que se sentía llamado desde hacía tiempo 12.

Finalmente libre

Llega finalmente el 2 de febrero de 1874. Kalinowski es nueva- mente un hombre libre. Sin embargo el documento del fin del des- tierro contiene una cláusula más que dolorosa: las autoridades le prohíben establecerse en su nativa Lituania. Afortunadamente, pue- de saludar a los suyos: en Hrozow encuentra al padre, a la madre y  a los hermanos; en Studzionki al hermano mayor, Víctor. La alegría del encuentro se transforma para sus seres queridos en una nueva tristeza: debe partir de nuevo. Pero ¿cómo lo vieron ellos después    de diez años de destierro siberiano? Su hermano Jorge escribió en    su Diario: «Los muchos años de padecimiento han dejado en  su rostro las huellas de un indecible sufrimiento. Pero qué cambio en    su alma! En su mirada se lee la modestia, el recogimiento, la con- tinua unión con Dios» 13.

Hacia Occidente

José Kalinowski regresó del destierro siberiano con la fama de   un hombre de profunda fe y de recta conducta moral. Además, era  conocido como un buen educador de jóvenes. Recibió por tanto muchas propuestas para encargarse de la educación de los hijos de algunas importantes personalidades polacas del Reino de Polonia, donde hubiera podido establecerse. Pero el prefirió intencionadamente la propuesta de Ladislao Czartoryski, residente en París, y se encargó de la educación de su hijo Augusto.

Los suyos sufrieron, sin duda, con esta decisión, pues hubieran preferido tenerlo un poco más cerca después de los diez largos años de ausencia. El explicó los motivos de su opción en la carta escrita     a su madre el 14 de mayo de 1874, mientras se hallaba en Varsovia:

«Permanecer en Polonia —escribe— sería un impedimento para realizar el principal intento de ser fiel a la decisión, ya tomada, en la cual quiero perseverar y si esto no es posible hacerlo en la propia patria, se debe hacer fuera de ella» 14.

De qué intento, de qué decisión habla nuestro Santo? Indudable- mente de la decisión de consagrarse al servicio de Dios y del pró- jimo en el sacerdocio y en la vida religiosa. Y permanecer en Polonia le dificultaba este intento, porque todos los noviciados religiosos habían sido cerrados por el poder ocupante, y los conventos y monasterios habían sido suprimidos en su mayoría.

Confiando su camino a la Virgen Negra de Czestochowa 

La cita para encontrarse con Augusto Czartoryski fue fijada para comienzos de septiembre de 1874 en Cracovia. Dirigiéndose a la antigua capital polaca, José Kalinowski se detuvo en el Santuario nacional mariano de Czestochowa, donde encontró «una multitud enorme que llenaba todos los patios del convento y la Iglesia» y llegó «al altar de la Virgen, para rendir homenaje a nuestra Gran Abogada, con gran dificultad» 15. Confió a la Virgen Santísima la realización de su vocación religiosa.

Al lado del príncipe

Habiendo encontrado a su alumno, el príncipe Gucho (así suena  el diminutivo polaco de Augusto), que hoy es ya un beato de la Iglesia, pasaron algunos días en Sieniawa (propiedad de los Czartoryski en el sur de Polonia) y luego se dirigieron en tren a París. Llegaron a la residencia de los príncipes, el Hotel Lambert, en la isla de San Luis, el 27 de octubre de 1874. A aquel ambiente, que reunía algunas de las más conocidas  figuras de la emigración y de la cultura polacas, llega también José Kalinowski, como preceptor, guía espiritual, amigo y frecuentemente casi enfermero del joven príncipe. Efectivamente este se enfermó de tuberculosis y los médicos le aconsejaron diferentes viajes en busca de un mejor clima.

Esto condujo también a Kalinowski, buscando climas más sua- ves, aires más saludables, a conocer Trouville y Mentón, los Pirineos y los Alpes, Italia y Suiza. Esta peregrinación duró tres años. José, además, trataba de trasmitir a su alumno los más sublimes ideales de santidad, cultivando él mismo, una intensa vida interior.  Lo vemos participar normalmente, con Gucho, cada día en la Eucaristía, lo vemos practicar la oración mental; en las cartas escritas en aquellos años, encontramos citas de San Agustín, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Santa Catalina de Siena y de otros Maestros de la espiritualidad cristiana. Lo vemos tomar contacto con algunos religiosos polacos de la emigración, a los que pide informaciones sobre su vida y sobre la espiritualidad de sus familias religiosas. Y esto por un motivo: busca una Orden para sí y recibe varias propuestas; pero se dirige al Carmelo.

Ciertamente no puede dejar a Gucho sin otro tutor apto. Propone por tanto que la responsabilidad la tome un sacerdote. El joven príncipe, poco tiempo después de la partida de Kalinowski, entra en los Salesianos y llega a ser un religioso de tan grandes virtudes que fue considerado, después de su muerte, digno de que se introdujera su Causa de Canonización, anticipándose así a su maestro. En diciembre de 1978 Juan Pablo II firmó el Decreto de la heroicidad de las virtudes del joven príncipe y el 25 de abril del 2004 lo beatificó en Roma.

Llamada al Carmelo

Durante su responsabilidad como preceptor del príncipe Augusto, José Kalinowski tuvo ocasión de darse a conocer a la familia de los Czartoryski y fue tenido por todos como un hombre de Dios.  Aún más, su figura atrajo la atención de la tía de Gucho, la princesa María Javiera Czartoryska, monja carmelita descalza en Cracovia, quien deseaba ardientemente la restauración de la vida carmelitana, suprimida por los ocupantes en tierras polacas. Buscaba para ello hombres apropiados, e identificó en Kalinowski al hombre de la Providencia, que ella junto con su comunidad había suplicado al Señor en su oración.

Y nuestro Santo acogió la voz que le llegaba desde la clausura  del Carmelo. El mismo lo cuenta en una carta escrita a sus padres el 4 de noviembre de 1876: «Desde hace un año, me llegaba, como  un eco, una voz desde el Carmelo. Ahora esta voz se ha hecho escuchar claramente y yo la he acogido; una voz salvadora, que me  ha enviado la misericordia infinita de Dios. Puedo por tanto excla- mar: cantaré eternamente las misericordias del Señor. No me queda otra cosa que pedir vuestra bendición» 16.

Y con esta bendición el 5 de julio de 1877 José Kalinowski deja la casa de los Czartoryski y se dirige a Linz, en Austria, para en- trevistarse con el Provincial de los Carmelitas Descalzos.

Novicio en Graz y estudiante en Györ

El 26 de noviembre de 1877, en Graz, José Kalinowski vestía el hábito carmelitano, recibiendo el nombre religioso de Fray Rafael de San José. «Bendito sea Dios —escribía el cuarentón novicio a los suyos en Vilna— que me ha traído hasta aquí, bajo el techo hospita- lario de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María. Ahora no me queda sino una cosa: entregarme a El sin reservas y no separarme jamás de Jesucristo» 17. Y con este canto de alabanza y de filial agradecimiento en los labios y en el corazón trascurre el año de noviciado Fray Rafael de San José: en el silencio, en la soledad, en el recogi- miento del espíritu, entregándose con fervor al estudio del carisma de la Orden, a la lectura de las obras de Santa Teresa y de San Juan de   la Cruz, preparándose así para la profesión religiosa.

Hechos los primeros votos Fray Rafael fue enviado al convento de Györ en Hungría para completar su formación filosófico-teológica. Allí hizo el 27 de noviembre de 1881 su profesión  solemne, siendo enviado después de ella a Czerna, en las cercanías de Cra- covia, al único convento carmelitano polaco con vida después de la supresión.

En el Carmelo de Polonia

El 15 de enero de 1882, a los 46 años, Fray Rafael de San José recibe en Czerna la ordenación sacerdotal. Se la confiere el obispo Albino Dunajewski, futuro cardenal, antiguo defensor de la libertad nacional de Polonia y por tanto, igual que el ordenando, prisionero politico.

Siguen 25 años de fecundo trabajo: adornado con la gracia del  sacramento, ministro de la Iglesia como sacerdote, el padre Rafael   se dedicó al servicio de la misma con todas sus energías y con toda  su rica experiencia de vida. La oración, el trabajo, el estudio, lo dedica todo al servicio de los demás, ayudándoles a realizar los ideales evangélicos.

Mientras tanto, ocupa en la Orden distintos puestos de res- ponsabilidad, y podemos decir que está a la cabeza del carmelo polaco y lo lleva a la resurrección: prior en Czerna, Definidor Provincial, Vicario Provincial para las carmelitas descalzas, fundador y prior en Wadowice. En una palabra: es un líder, lleno de celo por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres, uno de aquellos que sin quererlo se imponen, porque son auténticos discípulos de Cristo y atraen a muchos hermanos a su seguimiento.

Última enfermedad y santa muerte

La existencia terrena de nuestro Santo concluyó exactamente  hace cien años, en el otoño de 1907, en Wadowice, siendo prior del convento. Sufría mucho en los últimos meses de vida, consumido   por la enfermedad y el trabajo. En una carta escrita a su amigo el Padre Nowakowski, capuchino, recordaba: «Mañana, 2 de noviembre, es día de los difuntos. Cuando era todavía muchacho, soñé que moriría en el día de los difuntos. Puedo morirme ese día o no, de todos modos confesarse es siempre bueno. Te saludo cordialmente y te pido, sea como sea, un De profundis» 18.

Nuestro Santo no murió el 2 de noviembre. Pero su sueño se realizó. Efectivamente murió el 15 de noviembre, día en que la Orden del Carmelo, siguiendo su propio calendario litúrgico, re- cuerda a todos sus difuntos, rogando a Dios Padre para que los haga conciudadanos de los Santos, junto con la Virgen María, en la Jerusalen celestial.

LOS RASGOS DE SU ESPIRITUALIDAD

Queriendo estudiar el alma de nuestro Santo, debemos comen-  zar diciendo que el Padre Rafael de San José es un hombre de profunda y asidua oración y contemplación y también un hombre de acción y de iniciativa; es un devoto de María Santísima, un confesor  y director espiritual apreciado, un apóstol de la unión de las Iglesias escandalosamente separadas. Más aún, si consideramos su vida de laico, podemos considerarlo, sin ningún esfuerzo, un precursor del apostolado de los laicos y si lo miramos como religioso, podemos considerarlo un teólogo de la vida religiosa; pero un teólogo exis- tencialista, es decir, que elabora su teología no en el escritorio, sino con la propia vida, porque en Kalinowski no hay división entre doctrina y vida: creía con la vida y enseñaba con la vida. Acerqué- monos, por tanto, un poco a esta su espiritualidad.

Una oración viva

Quienes conocieron al Padre Rafael concuerdan en definirlo  como hombre de oración viva. Él recordaba continuamente a sus religiosos: «En el Carmelo nuestra ocupación principal es conversar con Dios en todas nuestras obras» 19. Quiso, por tanto, que la restauración de la vida carmelitana en Polonia se realizase bajo el lema de la oración, alimentada y sostenida por la austeridad, el silencio y el recogimiento, realidades que él era el primero en vivir.

Pero San Rafael era ya hombre de oración antes de  hacerse  fraile.  Lo era ya en Siberia, cuando en la oración encontraba fuerza  y alimento para soportar las penas del destierro: «el mundo  me  puede privar de todo —escribía entonces—, pero siempre queda un escondite inaccesible a él: la oración» 20. Y la oración de nuestro Santo, sea la del laico o la del religioso, era una oración que, como experiencia de contacto con la bondad de Dios, se transformaba en comunión fraterna en una total disponibilidad. Era capaz, con una absoluta naturalidad y simplicidad, de privarse de lo necesario, aún del alimento, para ayudar a los demás, a los más necesitados. No entendía una oración que se encerrase en sí misma. La contemplación del Amor Misericordioso de Dios le dilataba el corazón hacia  los hermanos, haciéndolo de una solicitud conmovedora frente al dolor y a la necesidad.

Precursor del apostolado de los laicos

Cuando vistió el hábito carmelitano José Kalinowski contaba ya 42 años de vida. La ordenación sacerdotal la recibe cuatro años más tarde. Sin embargo, desde mucho tiempo atrás, realmente desde la juventud, puede ser considerado como un verdadero apóstol, en el sentido en que hoy hablamos del apostolado de los laicos. Hemos dicho ya que se dedicó a la educación de la juventud, preparando a  los niños para la primera comunión (y por terminar esta preparación aplazó su partida del lugar del destierro); hemos descrito su oración que se trasformaba en acción; no hemos, sin embargo, señalado todavía sus actitudes totalmente cristianas, que llamaban la atención de los demás, atrayéndolos a la práctica religiosa y a la vida inspirada en el Evangelio.

En una carta escrita a sus padres desde el destierro José subra- yaba: «No olviden que estoy dispuesto a soportar todas las contra- riedades para que no me abandone la gracia de Dios. Tengo este tesoro que nadie me podrá arrebatar ni aumentar ofreciéndome comodidades materiales. Pienso en ello cuando les pido ayuda material...» 21. Esta es la argumentación tipíca de nuestro Santo: los bienes morales están por encima de los bienes materiales y el bien de los demás por encima del propio. Tal actitud no podía pasar desapercibida a ninguno. El Santo se imponía con su manera de ser y éste fue el mejor modo de atraer a la fe.

Y nuestro santo atrajo a ella a muchos hombres, especialmente a compañeros de infortunio en Siberia. No podía ser de otra manera, pues un apostolado que brota de la fuente de una vida verdadera- mente cristiana, no puede ser infecundo. Y a este apostolado, siem- pre y en todas partes fecundo, y en ciertas circunstancias el único  apto y posible, la Iglesia llama a todos los fieles mediante la voz del último Concilio Ecuménico 22.

Mártir del confesonario

El celo incansable por la conversión de los  pecadores  es una nota de la que de ninguna manera se puede prescindir cuando queremos delinear la fisonomía espiritual de nuestro Santo. El confesonario se convirtió en su lugar, privilegiado de trabajo. Pasaba horas y horas escuchando confesiones y dirigiendo espiritualmente a toda clase de personas: aconsejando, amonestando, orientando hacia las altas cimas de la perfección.

Las personas consagradas, sobre todo las carmelitas descalzas, se beneficiaron grandemente de la sabia e iluminada dirección espiritual, de la que era portador. Se acercaba con particular tacto y con fina intuición a las almas extraviadas, reconduciéndolas a una au- téntica vida cristiana, librándolas de peligros inminentes. Había recibido del Señor la gracia de convertir los corazones más endure- cidos. Con sus exhortaciones, sus consejos y sus admoniciones eficaces, atraía poco a poco al arrepentimiento y a la conversión. Por  tanto su confesonario era invadido por los penitentes desde las primeras horas de la mañana.

Para nuestro Santo el sacramento de la reconciliación era «el bautismo de la infinita misericordia de Dios, al que nos podemos acercar frecuentemente gracias a su bondad» 23. Sirviéndonos  no tanto las lágrimas y las jaculatorias cuanto «el firme propósito de mejorar, que es la piedra de prueba de la verdadera contrición» 24. La confesión verdadera «purifica, resana, fortalece y embellece al alma» 25.

Apóstol de la unión de las Iglesias

Eslavo de origen, en contacto con los diversos ritos e Iglesias de Rusia, nuestro Santo vivió desde su juventud el  problema  de  la unión de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. El hecho  de la opresión y discriminación de los católicos, de rito latino o bizantino eslavo, por parte del Zar aumentó en él el deseo de que se realizase la voluntad de Cristo: la reunión de todos los fieles bajo  la guía de un solo Pastor supremo.

A Kalinowski, este apostolado le parecía perfectamente concorde con el ideal del Carmelo. Leemos efectivamente en sus Memo- rias: «El libro de las Vidas de los Santos (...) me clarificó bastante el horizonte. Me ocurrió encontrar en ellos una nota sobre la Orden  de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, de su exis- tencia primero en Oriente y de su traslado después al Occidente. Me vino a la mente: he aquí una Orden que debe reconducir a la unión con la Santa Iglesia a los que han pasado al cisma. De hecho no podía detener el deseo de ver a Moscú convertida. Guiado milagro- samente por la Providencia, diez años más tarde entré en esta Orden»26.

No ahorró energías para trabajar por la unidad de los cristianos. No obstante los años que pesaban y la salud que se resentía, este era su único descanso: «Ore por mí —escribía a una carmelita en Francia— para que el Señor me conceda perseverar en este camino. Aunque me veo ya caminando hacia el fin, en efecto tengo 62 años, no puedo librarme del pensamiento de que el buen Dios me permita todavía con su santa gracia trabajar desde el Carmelo de nuestra Señora por la unidad de la Iglesia»27.

El Santo pudo ver algunos de los frutos de su trabajo por esta unión en Rumania, donde por medio de sus conocidos propagaba el escapulario del Carmen. Muchos ortodoxos pedían este vestido mariano, abrazando al mismo tiempo el credo católico. Con la mis- ma intención comenzó a extender la devoción a la Virgen del Carmen en Bulgaria, Hungría y Siberia, porque —como decía él mis- mo— «le era imposible librarse del pensamiento de  la  unión  ¡Y todo a través de María! ¡No sólo Rumania, sino también Rusia!»28. Nuestro Santo demostraba iguales actitudes en relación con los pro- testantes. De hecho reconcilió con la Iglesia a algunos sacerdotes   que se habían pasado al protestantismo, recibió la abjuración de algunos laicos. Vivió siempre este comportamiento de oración y de sensibilidad por el problema de la unión, mostrando la más genuina expresión de un alma movida por la sola ambición de ver reflorecer  la unidad de la Iglesia aún en la diversidad de las culturas y de las  tradiciones de cada pueblo.

Carmelita fiel y mariano

Según la visión de Rafael Kalinowski, la vocación religiosa  no  es algo por encima o al lado de la vocación cristiana, sino la misma vocación del cristiano, vivida perfectamente, explicitada por la profesión de los consejos evangélicos. La vocación religiosa es una explicitación de la consagración bautismal. La profesión religiosa, según nuestro Santo, «refuerza, perfecciona, eleva a la enésima potencia el primer germen de la vida del espíritu, una vida iniciada   en Dios por medio del bautismo»29.

El empeño «asumido por medio de los votos no es sino el esfuerzo de tender a la perfección, esto es a la unión con Dios»30. Y nuestro Santo no sólo lo decía, sino que lo vivía. Aún más, vivía la propia consagración religiosa, inspirándose en  el  comportamiento  de la Virgen Santísima, conforme a la espiritualidad carmelitana.

«Honrar a la Virgen —decía— es un punto de capital importancia para los carmelitas y las carmelitas. La amamos cuando nos esfor- zamos por imitar sus virtudes, su humildad, su recogimiento en la oración. Pongamos nuestra mirada fija en Ella y aprendamos de ella todos sus afectos»31.

CONCLUSIÓN

Este rápido acercamiento a la vida y a la espiritualidad de San  Rafael Kalinowski, hecho en el primer centenario de su muerte, nos revela claramente su armonización del amor de Díos y del prójimo, su guarda perfecta del libertad interior en las desfaborables circuns- tancias exteriores y numerosa actividad, su auténtica oración y abnegación evangelica, su genoroso servicio para los demas, su pre- ocupación por la unidad de los cristianos, su celo por la santificación de los hombres, su empeño sacerdotal, su “carmelitanismo” y su devoción a la Virgen Maria. Todos esos son unos aspectos  que  tienen su actualidad también hoy, no obstante que desde la muerte  del Santo pasarón ya unos cien años. Que ejemplo de su vida nos inspire y que su intercesión nos ayude.

 AUTOR:  Fr. Szczepan T. Praskiewicz, OCD

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NOTAS

1 Carta 11. En adelante: C. Se conservan 1730 Cartas de Rafael Kalinows- ki, publicadas solamente en su lengua original por Czelaw Gil: Listy, Lublin 1979; Krakow 1985-1986.
2 Memorias 55. En adelante: M. Existen en polaco (Lublin 1965) y en italiano (Roma 1992). Las páginas indicadas son del original polaco.
3 M 65.
4 M 61.
5 C 36.
6 M 67.
7 M 72.
8 O. FILEK, Przedmowa, in C. GIL, o. Rafal Kalinowski, Krakow 1979, p. 6.
9 M 96.
10 I. LEITENBERGER, Ein Engel für Tobias. Pater Rafael Kalinowski Patron der Vertriebiengen und Emigranten, Wien-Freiburg-Basel 1983
11 C 58.
12 Cfr. C 86.
13 Notes de Georges Kalinowski sur son frère le R.P. Raphaël de Sait Joseph, p. 22.
14 C 274.
15 C 286, cfr. C 293.
16 C 390.
17 C 428.
18 C 1103.
19 Cf. R. OD SW. ELIASZA, Wspomnienie posmiertne o sp. o. Rafale Kali- nowskim, Krakow 1908, p. 28.
20 C 60.
21 C 62.
22 Cf. Apostolicam actuositatem, n. 16.
23 Textos espirituales 29,4. En adelante: T. Existen solamente en polaco, Krakow 1987.
24 T 29,7.
25 T 29,10.
26 M 114.
27 C 949.
28 C 952.
29 T 24,10.13; 25,5.
30 T 24,14; cfr. 30,4.
31 T 32,4.