Déjate amar

Déjate amar

También este tratadito -Déjate amar– es una carta. Una especie de carta-testamento que sor Isabel escribió para su priora, la Madre Germana, durante los últimos días de su vida. Lo hizo lentamente, conforme se lo permitía su debilidad física. Por expreso deseo de sor Isabel..

DÉJATE AMAR

[Últimos días de octubre de 1906]

También este tratadito -Déjate amar– es una carta. Una especie de carta-testamento que sor Isabel escribió para su priora, la Madre Germana, durante los últimos días de su vida. Lo hizo lentamente, conforme se lo permitía su debilidad física. Por expreso deseo de sor Isabel, la Madre Germana tenía que leerla ante su féretro. ¡Cuántas veces la leería después en la soledad de su celda! Según la tradición del carmelo de Dijon, a veces hablaba de esta carta, pero no se la dejaba leer a nadie.

Sor Isabel se la entregó dentro de un sobre pequeño, hecho por ella misma. En el anverso tenía por titulo: «Secretos para nuestra Reverenda Madre», por detrás estaba lacrado con cera roja. La escribió trabajosamente, utilizando dos hojas de papel cuadriculado que dobló antes en dos. Y la escribió a tinta, curioso y bien significativo detalle: las cartas y billetes del último tiempo de su vida las escribía a lápiz, las dirigidas a Ia priora las escribía a tinta.

Esta carta estaba dentro del cajón de la mesa de la Madre Germana. Se la encontró allí después de su muerte. El sobre está amarillo por la acción del tiempo.

Se diría que es una carta solemne. Escrita por alguien que es profundamente consciente de que la está escribiendo en un momento sumamente «grave y solemne» de su vida -a Ias puertas de la eternidad- y de que no puede «perder el tiempo». Es más, una carta escrita para decirle a su priora «lo que Dios, en horas de profundo recogimiento y de trato unificador, le ha hecho comprender». Al hacerlo, sor Isabel se siente «portavoz de Dios».

Tal vez la priora le había confiado -o tal vez sor Isabel había intuido- sus temores a no saber guiar bien a su comunidad, o sus inquietudes interiores ante la pregunta que Jesús le hizo a Pedro: «Simón, ¿me amas más que estos?» (Jn 21,15) y que ahora le hace a ella. Sor Isabel abre otro camino a la respuesta: lo que importa no es si TÚ lo amas, sino que te dejes amar por ÉL; en el amor, el protagonista no eres tú, sino Jesús. Déjate amar, déjate amar, déjate amar, le repite. Déjale amarte. Porque «la ama más que a éstos» (1).

Y déjese amar también por mí un poquito desde el cielo. Usted ha sido para mí en la tierra una madre e incluso un sacerdote: deje que yo sea para usted, desde el cielo, su. madrecita y su sacerdote.

Déjese amar. Sea -así- en la tierra una prolongación de lo que usted me ha enseñado a ser a mí: una Alabanza de gloria al Dios que mora en lo más hondo de usted.

Y no tenga miedo: «Él lo hará todo en usted».

 

A la Madre Germana de Jesús

Priora de la comunidad

(Otra edición: Carta 301 Monte Carmelo, 3era Edic.)

 

J.M. t J.T.

1. Madre querida, mi sacerdote santo (2):

Cuando lea estas líneas, su pequeña Alabanza de gloria ya no cantará en esta tierra, sino que vivirá en el inmenso Hogar del amor. Usted podrá, pues, creerla y escucharla como si fuese «el portavoz» de Dios.

Madre querida, yo quisiera decirle todo lo que usted ha sido para mí. Pero la hora es tan grave, tan solemne..., que no quiero perder el tiempo diciéndole cosas que creo que las empequeñecería si quisiera expresarlas en palabras.

Lo que va a hacer su hija es revelarle lo que siente, o, para decirlo con mayor verdad: lo que su Dios, en horas de profundo recogimiento y de trato unificador, le ha hecho comprender

2. «El Señor la ama enormemente» (3). La ama con aquel amor de predilección que el Maestro tuvo aquí en la tierra a algunas personas y que las llevó tan alto. El no le dice como a Pedro: «¿Me amas más que éstos?» [Jn 21,15]. Madre, escuche lo que a usted le dice: «Déjate amar más que éstos!» (4). Es decir, sin temer que algún obstáculo pueda ser obstáculo para ello, pues yo soy libre de derramar mi amor sobre quien me plazca.

«Déjate amar más que éstos»: ésta es tu vocación. Siendo fiel a ella, me harás feliz, pues así ensalzarás el poder de mi amor. Y ese amor podrá rehacer lo que tú hayas deshecho. «Déjate amar más que éstos».

3. Si usted supiera, Madre amadísima, con qué evidencia percibo los planes de Dios sobre su alma... Se me presentan con inmensa claridad, y comprendo también que allá en el cielo voy a ejercer a mi vez un sacerdocio sobre su alma. Es el Amor quien me asocia a la obra que El realiza en usted... ¡Qué grande, Madre, y qué adorable es esa obra por parte de Dios! ¡Y qué sencilla para usted! Y eso es precisamente lo que la hace más luminosa.

Madre, déjese amar más que los demás. Eso lo explica todo y evita que el alma se asombre...

4. Su pequeña hostia, si usted se lo permite, pasará su cielo en lo más hondo de su alma: la mantendrá a usted en comunión con el Amor y creyendo en el Amor, y ésa será la señal de que morará en usted. ¡En qué gran intimidad vamos a vivir!

Madre querida, que su vida transcurra también en el cielo, donde yo cantaré en nombre suyo el Sanctus eterno. Yo no haré nada sin usted ante el trono de Dios: usted sabe muy bien que yo llevo su impronta y que algo de usted ha comparecido con su hija ante el Rostro de Dios. Le pido también -usted me lo ha permitido- que no haga nada sin mi.

Vendré a vivir en usted, y entonces yo seré su madrecita: la instruiré, para que mi visión beatífica le sea de provecho, para que usted participe de ella y para que usted también viva la vida de los bienaventurados...

5. Madre adorada, Madre predestinada para mí desde toda la eternidad (5), al partir, yo le lego la que fue mi vocación en el seno de la Iglesia militante y que ejerceré en adelante sin cesar en la Iglesia triunfante: ser «Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad» (6).

Madre, «déjese amar más que éstos». Así quiere su Maestro que usted sea alabanza de gloria. Él se alegra de poder construir en usted, mediante su amor, para su gloria. Y quiere hacerlo Él solo, aunque usted no haga nada para merecer esa gracia, a no ser lo que sabe hacer la criatura: obras de pecado y de miseria... Él la ama así. Él la ama «más que a éstos». Él lo hará todo en usted y llegará hasta el final. Pues cuando Él ama a un alma hasta ese punto y de esa manera, cuando la ama con un amor inmutable y creador, con un amor libre que todo lo transforma según su beneplácito, ¡entonces esa alma volará muy alto!

6. Madre, la fidelidad que el Maestro le pide consiste en vivir en comunión con el Amor, en desaparecer y arraigarse en ese Amor que quiere sellar su alma con el sello de su poder y de su grandeza.

Usted nunca será una del montón si vive alerta al Amor. Y en las horas en que lo único que sienta sea abatimiento y cansancio, aún le seguirá agradando si permanece fiel en creer que Él sigue actuando, que Él la ama a pesar de todo, e incluso más, porque su amor es libre y es así como quiere ser ensalzado en usted. Y entonces usted se dejará amar «más que éstos».

Eso es, creo yo, lo que quieren decir esas palabras... ¡Viva en lo más hondo de su alma! Mi Maestro me hace comprender con toda claridad que ahí quiere hacer maravillas. Dios la ha llamado para rendir homenaje a la Simplicidad del Ser divino y para exaltar el poder de su Amor.

Crea a su «portavoz» y lea estas líneas como venidas de ÉI.

 

Notas:

1 Sor Isabel de la Trinidad repetirá hasta la saciedad en Ias cartas que escribe durante Ios últimos meses de su vida que su Madre priora, la Madre Germana, la cuida como una verdadera madre y no se separa de la cabecera de su cama. En esta carta que le escribe pocos días antes de morir, le dirá una vez más qua no tiene palabras para agradecerle todo lo que le debe.

La Madre Germana había nacido el 29 de enero de 1870 en Dijon. Pertenecía a una familia noble y distinguida. Ingresó en el carmelo de Dijon el 15 de octubre de 1892. Recibió el hábito el 6 de abril de 1893 e hizo su profesión religiosa el 24 de septiembre de 1894. Era supriora de la comunidad cuando ingresó sor Isabel de la Trinidad, y ejerció simultáneamente los cargos de priora y de maestra de novicias desde octubre de 1901 hasta 1907. Murió repentinamente después de comulgar, el 30 de noviembre de 1934. Se había quedado sola en el coro, dando gracias, y, al observar la comunidad que no regresaba a la celda, fueron a buscada y la encontraron sin conocimiento. Ya no pudo recobrarlo. Habla sufrido una trombosis cerebral.

Nadie como ella intuyó las excelentes cualidades de que estaba dotada sor Isabel. Fue una gran religiosa y una madre, como afirmaba su hija predilecta. Era un alma de oración y contemplación, amante del silencio interior y del recogimiento externo, fiel celadora de la observancia regular.

Poseía un perfecto equilibrio de facultades. Era una Inteligencia lúcida, sus criterios eran seguros, tenía un corazón dotado de fortaleza y ternura a la vez. Todos estos dones de gracia y de naturaleza hacían de ella una superiora Ideal.

Esta carta, escrita menos de dos semanas antes de su muerte, es un verdadero testamento, un pequeño tratado, por lo que, siguiendo el criterio de Conrad de Meester, la editamos aquí, entre sus tratados espirituales, con el titulo de «Déjate amar».

2 Al final de su vida, a sor Isabel le gustaba llamar «mi sacerdote» a su Madre priora. Ésta la había ofrecido a Dios al recibir sus votos el día de la profesión y sor Isabel quiere que la ofrezca de nuevo al Señor al dejar este mundo.

3 Sor Isabel escribe estas palabras con letras más gruesas.

4 La frase de sor Isabel responde a un estado de alma frecuente en la Madre Germana. Estaba obsesionada por la Idea de que había sido infiel a su vocación por no responder puntualmente a las llamadas divinas. Sor Isabel quiere tranquilizarla e infundirle paz y serenidad.

5 Es una expresión de entonación sublime, que se hizo realidad durante el tiempo que sor Isabel vivió en el Carmelo de Dijon. La Madre Germana fue elegida por Dios para orientar y dirigir a esta alma predilecta. Fue una Madre de paz, que supo pacificar el espíritu de su hija en Ias crisis de escrúpulos que padeció. Fue un océano de paz para ella en el largo calvario de su enfermedad que destruía implacablemente su cuerpo. La Madre Germana no se separó un momento de su lecho de enferma mientras sor Isabel le necesitó. En la hora de su agonía, le cogía cariñosamente la mano, demostrándole con ese gesto humano que no se encontraba sola en el momento supremo de su vida.

La Madre Germana le debe a sor Isabel el ser también ella una Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Ella recordó siempre a sor Isabel con ilusión de madre, llamándola mi hija. Escribió de rodillas los «Recuerdos», que recogen Ias virtudes y la vida ejemplar de sor Isabel. Era el homenaje que la Madre elegida por Dios desde toda la eternidad, tributaba a su hija en este mundo.

6 Cf Ef 1,12. Escrito con caracteres más gruesos.

ESCUCHA LA MÚSICA DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD

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