A Isabel le gustaba utilizar los signos y, en ocasiones, orar con los sentidos, sobre todo mirando al crucifijo de su Profesión. Lo llevó al entrar en el Carmelo y pudo utilizarlo entonces desde el mismo Postulantazo. Trabajando en la celda se “instala con su crucifijo” y su alma...
a) El Monasterio
Como rodea de amor y de veneración el lugar donde, para siempre, puede buscar a Dios! Lo revelan suficientemente las comparaciones y las palabras con las que describe afectuosamente el Carmelo: Este es “el Arca Santa” (P. 90); la “lúcida montaña” (P. 82), “nidito… encantador” (L. e. 102), “nido tan dulce” (P. 87), “dulce nido” (P. 89), “el mejor país del mundo” (L. e. 100), “un rincón del cielo” (L. 97, 142), ciertamente “un cielo anticipado” (L. e. 102), “el cielo en la fe” (L. e. 125), en el Carmelo “que hermoso horizonte… Es el infinito. Por eso, ese horizonte se ensancha cada día mas” (L. e. 102).
El espacio cerrado de su monasterio está habitado con amor y transformado por el amor. Debido a la clausura, Isabel ha debido oír comparar inevitablemente su Carmelo a una prisión, pero ella es su “prisión de amor” (L. e. 102), llenas de simbolismo: “me gusta tanto contemplar esta gran reja que nos separa… El está prisionero por mí y yo estoy prisionera por El” (L. e. 102). “Mi querida clausura me entusiasma” (L. e.139) “esta querida clausura donde he encontrado tanta felicidad” (L. e. 145).
En el monasterio, los claustros y corredores remiten a Dios, sea por su “vació”, que llama a su plenitud y a su sola presencia (L. 123), sea por el sol que evoca la claridad de Dios: “Dice Santa Teresa que el alma es como un cristal donde se refleja la divinidad. Cuánto me agrada esa comparación. Cuando contemplo al sol inundando con sus rayos de luz nuestros claustros, pienso que Dios invade así el alma que solo se preocupa de El” (L. e. 118). Pero hay siempre en el Monasterio un sol que envía sus rayos a todas partes y convierte el monasterio en un santuario: es la Eucaristía: “Oh, qué agradable es tener al Señor tan cerca, bajo un mismo techo” ¡! (L. e. 84). “Cuando abro la puerta y contemplo al divino prisionero que me ha hecho su prisionera en este querido Carmelo, me parece que se entreabre la puerta del cielo. Entonces pongo ante mi Jesús a todos cuanto llevo en mi corazón y les encuentro nuevamente allí, junto a El” (L. e. 85)
Está también el gran Jardín. Obligada a descansar y a tomar el aire puro, Isabel escribe a su mamá: “…me instalo como un ermitaño en el lugar más apartado de nuestra espaciosa huerta donde paso horas deliciosas. Toda la naturaleza me parece estar llena de Dios. El viento que agita los altos árboles, los pajaritos que cantan, el hermoso cielo azul… todo me habla de El” (L. e. 216). Y admira muchas veces “el cielo hermoso, cubierto de estrellas. La luna inunda de luz mi celda a través de los cristales helados. Es un espectáculo colosal!!” (L. e. 163).
b) La Celda (su habitación)
Enamorada de la presencia de la Trinidad en ella, Isabel ama profundamente esta pequeña clausura-en-clausura, que es la Celda. Qué elogios de la celda!! Qué hermosa espiritualidad de la celda!!! Leamos!!!
“Una cama de paja, una sillita, un pupitre sobre una tabla. He aquí mi ajuar. Pero todo está lleno de Dios. Paso allí horas felices a solas con el Esposo. Para mí la celda es algo sagrado. Es un santuario íntimo, destinado sólo para El y su pequeña esposa. Los dos estamos tan bien en ella…Yo callo y lo escucho. Es tan agradable escucharle” (L. e. 145). “Mi celdita. Se parece al paraíso. Es el santuario interior. Solo para El y para mí. Nadie, excepto nuestra Reverenda Madre, puede entrar. Si vieras qué hermoso es vivir en ella bajo la mirada del Señor y en un dialogo dulce y cordial con El” (L. e. 124). “Imagines a su Isabelita en su celdita que tanto ama. Es nuestro santuario. Sólo es para El y para mí. Puede imaginar las horas tan agradables que paso con ella con mí divino Amado” (L. e. 85). “Oh, mi Guita, qué bien se está en mi querida celda! Cuando entro en ella y me veo completamente sola con mi Esposo en quien todo lo poseo, es decir, con mi Todo, no puedo expresarte mi felicidad. Permanezco en ella durante muchas horas. Me coloco con mi crucifijo ante la ventanita. Después…coso ininterrumpidamente mientras mi alma permanece junto a El” (L. e.89).
La alegría de la celda solitaria no disminuye minimamente cuando Isabel se encuentra ya frente a la soledad de la mortal enfermedad: “La oración, el dialogo íntimo (…) es mi única ocupación en mi celdita, que es un verdadero paraíso” (L.278) “Soy la pequeña prisionera del Señor. Me inunda una alegría divina cuando entro en mi querida celda para continuar el dialogo comenzando en la tribuna. Me gusta tanto vivir en soledad con El solo… Hago una vida realmente encantadora de ermitaña. Ya sabes que esa vida tampoco está exenta de debilidades. Yo también necesito buscar a mi Esposo que se esconde profundamente. Pero, entonces, avivo mi faz y me alegro de no gozar de su presencia para que El disfrute de mi amor. Cuando despiertes por la noche, únete a mí ojalá pudiera invitarte para que me acompañaras. Qué impresión de misterio y de silencio ofrece esta celdita con sus paredes blancas destacándose sobre ellas una cruz de madera negra sin Cristo. Es mi cruz donde tengo que inmolarme constantemente para asemejarme a mi Esposo crucificado” (L: e. 264).”Me creo un poco ya en el cielo en mi celdita sola con El solo, llevando mi cruz con mi Maestro. Mi felicidad crece en proporción a mi sufrimiento! Si supieras qué gusto se encuentra en el fondo del cáliz preparado por el Padre celestial” (GV 13).
c) El Hábito
Ved aquí un símbolo monástico y comunitario, visible y tangible, que la acompañara durante todo su vida religiosa: su Hábito de Carmelita, el “querido hábito que tanto deseé vestir” (L. e.145), la “preciosa librea”, que había cantado en su juventud (P. 38).
El hábito expresa su estado de religiosa, de consagrada. La identifica como hija de nuestra Señora del Carmen y de Santa Teresa. La une además a sus Hermanas. Sugiere “al hombre nuevo” (imagen paulina, central en el ritual de su toma de Hábito), la “vida nueva”, a la que es llamada la Monja. Distinto al hábito secular, está relacionado con la vestidura litúrgica, invitación a la alabanza y a la oración ininterrumpida, al recogimiento. Es también vestido de mortificación y de pobreza que esta jovencita, acostumbrada a trajes elegantes, nombra, con una buena dosis de humor, en una carta a sus “tías”: “Os edificaría la pobreza de nuestra ropa. Después de usarla veinte y treinta años, ya supondréis los remiendos que tendrá. Me gusta arreglar este querido sayal que deseé vestir con tanta ilusión. Con él, la vida del Carmelo es una felicidad” (L. e. 233).
Tomar el Hábito es un compromiso exigente. Vestir el Hábito significa “entregarse”, como parece sugerirlo la misma Isabel algunos días antes de su vesticion: “La Virgen María me va a revestir con mi querida librea del Carmelo el día ocho, en esa hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción. Voy a prepararme con un retiro espiritual de tres días para ese maravilloso momento de mis desposorios”(L. e. 91). “Pida mucho por su pequeña Carmelita para que se entregue y se dé totalmente y para que alegre el corazón de su divino Maestro. Quisiera ofrecerle el domingo algo extraordinario. Amo tanto a mi Cristo… (…) la feliz desposada que, al fin, va a consagrarse a Aquel que la llama desde hace tanto tiempo y la quiere sólo para sí” (l. e 91). se habrán notado las expresiones “desposorios” y “desposada”: el Hábito religioso tiene para ella también un significado “matrimonial””.
Pero es el Hábito recibido de la Virgen Santísima (“La Virgen María me va a revestir”, decía ella). Y María la conduce a Jesús: “bajo el blanco manto de María” (P. 74), “el manto blanco de la Virgen” (L. e. 108), “seguirá al místico Cordero” (P. 74). Isabel permanecerá siempre sensible a esta relación del Hábito con las “Vírgenes que siguen al Cordero a dondequiera que vaya” Ap. 14, 4). Lo que nos dice acerca de la procesión del día de la Asunción vale para todas las veces que la comunidad se reúne con capas blancas e ilustra el lenguaje permanente del Hábito: “Nos pusimos nuestras capas blancas. Qué hermoso era todo esto en medio de nuestros claustros. Me gusta pensar en ese momento en la procesión de las Vírgenes que siguen al Cordero por donde quiera que va. El ha elegido ya en la tierra a vuestra Isabelita para participar en el divino cortejo entre las esposas del Carmelo. (…) El agradecimiento desborda mi alma” (L. e. 152).
Próxima a su muerte y a su entrada al cielo. El hábito religioso se enriquecerá todavía más con el simbolismo referido al hábito de la gloria” (l. 307), que le será entregado también por maría: “es ella, la inmaculada concepción, quien me ha dado el hábito del Carmelo y le pido que me revista con aquella vestidura de lino finísimo ap. 9,8) con que la esposa se adorna para asistir a la cena de las bodas del cordero (l. e. 261). “…el ocho de diciembre, si la Santísima Virgen me encuentra preparada, me revestirá con el manto de gloria” (L. e. 272). La Virgen se la llevó el nueve de noviembre.
d) El Crucifijo de su Profesión
A Isabel le gustaba utilizar los signos y, en ocasiones, orar con los sentidos, sobre todo mirando al crucifijo de su Profesión. Lo llevó al entrar en el Carmelo y pudo utilizarlo entonces desde el mismo Postulantazo. Trabajando en la celda se “instala con su crucifijo” y su alma “permanece junto a El” (L. e. 89). El consejo para la oración dado a Guita revela un aspecto de su propia oración: “Cómo va tu meditación? Te aconsejo simplificar el número de libros, leer menos (…) Coge tu crucifijo y mira y escucha” (L. e.88)
El día de su profesión este crucifijo se convierte oficialmente en el signo de su Alianza eterna, profunda!! “Quién pudiera manifestar la alegría que sintió mi alma cuando al contemplar el crucifijo que recibí después de mi profesión y que nuestra Reverenda Madre colocó como un sello en mi corazón (Cant. 8,6), pude exclamar: al fin, es totalmente mío y doy yo completamente suya. Es lo único que tengo. El lo es todo para mí. Ahora ya sólo me queda un deseo por cumplir: amarle, amarle siempre; celar su honor como una verdadera esposa, ser su felicidad, hacerle feliz construyéndole una morada y un refugio en mi alma, donde olvide, a fuerza de amor, cuantas abominaciones cometen contra El los pecadores” (L. e. 136).
En la misma carta Isabel expresa cómo reacciona contra el frió del invierno y los “muchos sacrificios como estos en el Carmelo: “Miro el crucifijo y, al ver cómo El se sacrificó por mí”… trata de identificarse “con los sentimientos del alma del Crucificado”. Podemos suponer que esta mirada de amor al Crucificado y este trabajo de identificación lo realizó muchas veces contemplando el crucifijo de su Profesión.
Con este mismo Cristo ante sus ojos en su corazón escribirá en la tarde del 21 de noviembre de 1904 en su gran Oración: “Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros…hasta morir de amor” (N I 15). El será también un medio de unión con quienes ha abandonado: “Para ti estampo un beso de amor en mi crucifijo. El te lo trasmitirá. Es el beso del Esposo” (L. E 157).
Qué mensaje debió dirigir al Crucifijo de su Profesión durante su última enfermedad en la que, según su expresión. Cristo la “ha puesto en su lugar sobre la cruz” (U R 41)? Dos confesiones emocionantes bastan para comprenderlo: Alguien le envió una rosa. Isabel la colocó sobre su crucifijo y escribió: “Su apreciada rosa descansa sobre el Corazón del divino Crucificado. La contemplo constantemente. Me dice tantas cosas” (L. e 246). Algunos días antes de su muerte, Isabel abraza el Crucifijo de su Profesión y dice estas palabras que lo resumen todo: “Nos hemos amado tanto”.
La Regla y los Votos
El don de si misma a Dios y a la iglesia y la apertura de si para recibir el don de Dios estaban orientados por la Regla y los Votos, por su condición de Religiosa.
No es necesario insistir acerca de su amor a la Pobreza. Abrazando con generosidad su vida concreta en el Carmelo, “muchos sacrificios como estos en el Carmelo” (L. e. 114). La señorita Catez venía de una vida bastante cómoda, en la que nada le había faltado en el plano material. La Pobreza del Carmelo (por ejemplo, en la alimentación, las ropas, la celda, el hábito) se extendía hasta los detalles. Isabel observaba generosamente solo el espíritu de pobreza, sino que también, mística como era, lo cultivaba. Cuando miramos los manuscritos de sus cartas, quedamos impresionados por su voluntad consciente, a medida que se aproxima a la muerte, de escoger el papel más pobre, a veces, papel de envolver, ya utilizado, de color tierra. En este sentido, la bellísima carta 264 del 16 de julio de 1906 a su hermana supera todos los recordé. Guita se las debió arreglar muy bien…!!!.
Virginidad? Qué “esposa de Cristo”!!!, que amor tan delicado!!!, qué sentido de Dios!!!.
Obediencia? Veremos en enseguida su amor a la Regla. En cuanto a las órdenes de la Priora Isabel asegura: “me agrada tanto obedecerla” (L. 295). Algunos días antes de morir declaraba: “La voluntad de nuestra Madre ha sido mi vida. Cuando ella decidía algo, la paz inundaba mi alma”. Qué lejos mira Isabel!!. Acaso no llama a la Priora “sacramento” de Dios y su “sacerdote”? En la persona, que es signo y realiza el signo, veía a Cristo que decía a su Padre: “Heme aquí, oh Dios mío, para hacer tu voluntad” (Heb. 10,5, citado en CF.29). “Ser esposa…todo lo que este nombre significa de amor recibido y entregado!!!, de intimidad, de fidelidad, de entrega absoluta!!! Ser esposa es entregarse como El se entregó, es inmolarse como El…” (N I 13).
Ciertamente la Madre Germana tenía grandes cualidades de juicio y de discernimiento. Amaba profundamente a sus hermanas y unía la regla del amor al amor de la Regla. Además tenía un ideal muy elevado: “Fe”, “Oración”, “abandono”, eran sus palabras de orden. Pero también “espíritu de nuestra Madre Santa Teresa” y “amor a la observancia”!! Isabel debe mucho a su Comunidad. Allí encontró el ambiente ideal, propicio para poderse desenvolver en Dios, “sola con El solo” y con la comunidad misma. Se sumergió muy profundamente, totalmente, asumiendo todas las dificultades, todos los usos y todos los sacrificios. “Entregarse para siempre”, contestó (N I 12).
Algunos meses después de su profesión, en una carta confidencial al Canónigo Angles confiesa el ideal religioso que la anima: “Es tan sencillo vivir de amor en el Carmelo…Desde la mañana a la noche, la Regla está presente para manifestarnos en cada momento la voluntad de Dios. Si viese qué amor siento por esta Regla que es el estilo de santidad que El desea para mí (L. e. 147)..
La “Regla” no es solamente la formula de vida dada por San Alberto de Jerusalén, o las Constituciones de la Santa Madre. Son también las “costumbres”, la fidelidad al horario, las buenas tradiciones del monasterio, los programas de trabajo y, evidentemente, los deseos de la Priora en las determinaciones que toma, las tareas que distribuye, las excepciones que concede. Isabel no deseará ningún privilegio y cuando por ejemplo la Señora Catez pidió al Obispo el permiso para ver a su hija cada quince días, en vez de cada mes y durante media hora, no quiso siquiera ni oír hablar de esto.
El contexto de la iglesia en su País, lo hemos dicho ya, estaba a punto de revivir para Isabel la antigua relación, entre vida religiosa o martirio. Esta perspectiva será siempre muy querida para ella. En la misma carta sobre la regla, ya citada, agrega: “Ignoro si tendré la dicha de derramar mi sangre en testimonio de amor a mi Esposo. Pero si vivo plenamente mi vida de carmelita, tendré el consuelo de gastarme por El, sólo por El”. Así será “victima del amor” y “botín del amor” (L. e. 147). En la última estrofa de su también última poesía, la moribunda escribirá: “Colocarlo (a Cristo) sobre tu corazón como un ramo de mirra,/ es vivir tu vida en espíritu martirial./ Que la Regla, oh hermana mía, guardaba con fidelidad,/ te inmole a nuestro Dios, Luz y Caridad” (P.123)
Un estilo de vida contemplativa
a) El silencio.
“Aislada en la montaña del Carmelo” (L. e. 174), Isabel vivirá con sus hermanas un estilo y un ritmo de vida contemplativa, orientada totalmente a la unión con Dios. El silencio monástico del Carmelo es ante todo una invitación a escuchar a Dios, al servicio de la repuesta orante. “La vida de una carmelita es el silencio. Ella le ama por encima de todo” (L. e.90). “Desearía permanecer constantemente junto a Aquel que conoce todo el misterio para que me lo enseñara. “El lenguaje del Verbo es la infusión del don”. Es así como El habla a nuestra alma en el silencio. Ese amado silencio es un paraíso”. (L. e. 143). Isabel cree, pues, que la Carmelita debe ser una “hambrienta de silencio” para poder escuchar siempre, penetrar siempre y cada vez más en su Ser infinito” L: e. 116). “Aquí, el gran silencio envuelve toda nuestra vida” L: 181).
Y a causa de esta escucha interior, le gusta el silencio material. Es “el punto de la Regla que prefiere” , declara al entrar (N I 12). “Me encanta, sobre todo, las horas del silencio riguroso”, a medio día y por la noche (L. e 85).
La Hna. Amada cuenta: “Un año hicimos un desafió de silencio; ella lo guardó con gran fidelidad; las dos o tres faltas que cometió cada semana fueron siempre por su amabilidad. Por lo demás, el propósito de guardar el silencio le parecía evidente; cuando las Hermanas preguntaban que se proponía ella para la Cuaresma, el Adviento y otros tiempos de mayor austeridad, decía siempre de mayor austeridad, decía casi siempre invariablemente: “El silencio Nos vamos a callar”. Las Hermanas terminaron por conocer de antemano su repuesta y la incomodaban: “silencio, verdad”? Ella sonreía y lo reafirmaba. Cuando las Hermanas pasaban la recreación con ella en la enfermería, vigilaba para que el tiempo previsto no se pasara ni un instante.
Sí ella amaba el silencio: “El domingo es el aniversario del gran día de mi Profesión. Estaré de retiro. Me alegra pasar ese día junto a mi divino Esposo. Tengo tanta hambre de El… está abriendo profundos abismos en mi alma, abismos que sólo El puede llenar. Por eso me sumerge en silencios tan profundos de donde no quisiera salir” (L.e.166). El silencio material la llevaba al silencio interior (U R 3) , este “silencio total, profundo” (U R 21), este “hermoso silencio interior” (U R 26), el “silencio” de María, cuando poseía en ella al Verbo encarnado” (L. e. 159).
Queréis llegar a ser una alabanza de gloria como la Beata Isabel? Mirad una condición: “Una alabanza de gloria es una alma silenciosa que permanece como una lira bajo el toque misterioso del espíritu Santo para que produzca en ella armonías divinas. El alma sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce los más dulces sonidos. Por eso desea tenerla en su instrumento para conmover más tiernamente el Corazón de su Dios” (CF 43). Isabel nos recuerda: “Mi regla también me dice: En el silencio estará vuestra fortaleza” (U R 3)
b) El Trabajo
Isabel quería a toda costa no decir palabras inútiles o inoportunas durante las horas de trabajo manual, que renueva los vínculos fraternos y acrecienta las relaciones, pero quería también “no afiebrarse” ni perder de vista al gran presente.
El trabajo manual era evidente una realidad diaria para Isabel. Siendo la más joven de una comunidad no demasiada numerosa, con varias hermanas enfermas o ancianas, debió “arremangarse las mangas”, como lo subraya la Madre Germana. Las horas de trabajo son siempre cortas! “Las jornadas de una Carmelita están totalmente copadas, minuto a minuto, con la oración y el trabajo” (L. 181)
Pero ningún trabajo sin la oración. Isabel lo afirma frecuentemente: “He adornado un altarcito de la Virgen que está en el antecoro. Mientras colocaba flores a los pies de esta buena Madre del cielo, le ha hablado de ti” (L. e. 79). “Fui al lavadero (…) Mira, todo es encantador en el Carmelo. A Dios se le encuentra lo mismo en la lavandería que en la oración” (L. e. 84) . “Me coloco con mi crucifijo ante la ventanita. Después… coso intensamente mientras mi alma permanece junto a El” (L. e. 89). “Me gustaría que me vieseis en el lavadero con el hábito recogido y chapoteando en el agua. Dudáis de mi destreza en esta materia. Tenéis razón. Pero con Jesús hay que estar dispuesta a todo” (L. e. 100). “Lo hago todo con El, y así voy con una gran alegría divina a todo: barriendo, trabajando, u orando, lo encuentro todo tan delicioso y bello, y esto porque en todo veo a Mi Maestro” (L. e. 139). “Yo callo y lo escuches tan agradable escucharlo…Además, le amo mientras manejo la aguja y coso” (L. e. 145). “Bajo su mirada, con EL, por EL y en EL solo. Procuremos darnos siempre de la forma que EL quiera” (L. e. 153). “Pase una buena jornada junto al fogón con la sartén en la mano. No caí en éxtasis como mi madre Santa Teresa, pero tuve presente al divino Maestro que se hallaba entre nosotras. Mi alma adoraba dentro de sí a aquel a quien Magdalena supo reconocer a través del velo de la humanidad ” (L. e. 221).
El trabajo manual, obra de obediencia, de pobreza y también de penitencia, cómo lo subraya la Madre Germana, elemento de equilibrio de una vida de oración y de participación a las necesidades de la comunidad, fue vivido por Israel en una perspectiva consciente de amor (de Dios y del prójimo) y en un clima que permitía la oración ininterrumpida. Se trabaja en el Carmelo “entregándose totalmente al amor” (L. e. 145) “Amar a Dios. Este es nuestro oficio en el Carmelo ” (L. e. 88). !! “Sus ocupaciones en el Carmelo?” Solo existe una ocupación : Amar, orar” (L. e. 145)
Isabel se cuida de no separar en lo mas mínimo el trabajo y la oración, y mucho menos de hacer de él un ídolo, servido en la embriaguez del trabajo por sí mismo o por un simple afán de prestigio o de productividad. Ciertamente ella trabaja “intensamente” (L. e. 89), lo que excluye la pereza y el dejar-pasar, pero sin “afiebrarse” (como decía ella), lo que excluye el bullicio interior y la absorción del espíritu que impide elevar el pensamiento a Dios presente. Cual es el ritmo ideal? El que permita arar frecuentemente, con mucha atención y con mucho desprendimiento a la vez. “Ganarse la vida” puede ser un pretexto para ceder a un activismo no purificado.
Los “recuerdos” cuentan (C. 8): “decía que había experimentado cosas verdaderamente maravillosas, verdaderos “pequeños milagros”, cuando sin querer jamás apresurarse, veía como el trabajo avanzaba más mientras su unión con el Señor era más íntima. Una hermana le confiaba las dificultades que sentía en la oración para alejar las distracciones. Ah, respondió ella, para que eso no ocurra es necesario mantenerse fiel durante el día. Al ver a mi compañera muy atareada, llegué una o dos veces a entregarme demasiado al trabajo, a poner en él toda mi pasión. Pero Dios no quiere esto de sus esposas. En semejantes ocasiones, cuando llegaba la hora de la oración ya podía hacer lo que quisiera, pero era imposible desentenderme de “mis trapos”. Esta confidencia manifiesta el cuidado solícito que ponía para conservarse totalmente para su Dios”.
Escuchemos todavía a Isabel exponer sus convicciones a algunas corresponsables muy metidas en los afanes cotidianos o en la acción apostólica; como la unión con Dios debe ser lo más importante para nuestras hermanas contemplativas, que viven una vida de oración, silenciosa, regular!! A Guita: “Están cierto, pequeña mía, que Dios mora en nuestras almas y que estamos como Marta y María íntimamente unidas…Mientras tú trabajas, yo te guardo junto a El. Además, sabes muy bien que cuando se le ama, las cosas exteriores no pueden apartarnos del divino Maestro. Por eso mi Guita es al mismo tiempo Marta Y María” (L. e. 159). Al Padre Beaubis: “Oh; qué gran poder ejerce sobre las almas el apóstol que permanece constantemente junto a la fuente de aguas vivas! El puede verterse sin que su alma llegue nunca a vaciarse porque vive en íntima comunión con el Infinito” (L. e. 180). Al seminarista Chevignard: “No cree que durante la acción, mientras se desempeña exteriormente el oficio de Marta, el alma puede permanecer siempre adorante, inmersa como María Magdalena en su contemplación bebiendo ininterrumpidamente de esta fuente como un sediento?” (L, e. 137). “Así es como yo entiendo el apostolado de la Carmelita y del sacerdote” (L. e. 137).
c) El Recogimiento del Cuerpo
Los testigos sostienen que la unión con Dios se manifestaba en Isabel exteriormente, en el recogimiento de su cuerpo. Su caminar, sus gestos , su voz , su rostro, su mirada , todo estaba marcado por la paz y la serenidad que brotaban de los profundo de su alma, donde permanecía en la presencia de la Santísima Trinidad . “Durante unos sencillos barridos, cuenta una hermana, mientras desplegaba una actividad perfecta, la expresión profunda de seriedad y de recogimiento visibles en su rostro me impresionaba y me edificaba a la vez. Me parecía que a través de todo continuaba su alabanza incesante”.
Con frecuencia expresaba su deseo de “irradiar” a Dios, de estar tan llena de Dios que, sin decir nada, pueda conducir a los otros hacia El. Como lo hemos visto ya, era un sueño de su juventud. La madre Germana narra unas palabras dichas por ella en su última enfermedad: “Nuestro señor me pide ir al encuentro del dolor de la majestad de una reina “. Y la priora testimonia que las hermanas estaban impresionadas por la dignidad con la que Isabel sabía perseverar hasta el fin.
Las consecuencias, al mismo tiempo que las exigencias, de su contemplación interior la conducían a este recogimiento y a esta compostura exteriores. Ella “camina en Jesucristo ( U R 33)!! Sin quererlo Isabel se describe a sí en su último Retiro al admirar a sus grandes modelos: “Esta es la actitud que adopta el alma. Ella marcha por el camino del Calvario, a la derecha de su Rey crucificado, anonadado, humillado, pero siempre tan decidido , tan imperturbable, tan lleno de majestad” (U R 13). Y esta María de Nazareth ! “La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón (…) Cuando leo en el evangelio que maría que María atravesó premurosamente las montañas de Judea para cumplir un deber de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro de sí, llevando al verbo de Dios” (U R 40).
La Liturgia
Cinco veces al día – y esto cada día de la semana, del mes, del año, de la vida – la comunidad se reúne en el Coro para la celebración de la Liturgia: las cuatro Horas Menores, la Eucaristía, las Vísperas, Completas, Maitines y Laudes (recitados entonces la víspera). No hay que explicar a monjas contemplativas la importancia de la liturgia en la vida orante de la Beata Isabel de la Trinidad. Nos limitaremos a unos rasgos generales (1).
a) La Eucaristía
Culmen de la jornada litúrgica es la celebración de la Eucaristía. Que sentimientos animan a la Hna . Isabel, arrodillada en el coro, con su comunidad, asistiendo a la “Misa conventual”, en circunstancias que no permitían la misma participación que se nos ofrece ahora , después del Concilio Vaticano II?
Dos declaraciones espontáneas sugieren la grandeza del misterio que se realiza ante los ojos de su fe ardiente: “Creo que nada manifiesta tanto el amor de Dios a los hombres como la Eucaristía . Es la unión, la consumación . Es El en nosotros y nosotros en El. No es esto ya el cielo en la tierra? Es el cielo en la fe mientras esperamos la visión facial tan deseada (L. e. 143).
Ninguna exposición sistemática!!! Pero los horizontes que tal frase nos abre son inmensos:
_La Eucaristía, obra de amor divino, culmen (“Nada … tanto”) de misericordia.
_Absorción del ser humano en una “consumación” con Dios (este tema lo elabora bastante en CF 18) .
_Misterio escatológico que obra en nosotros “el cielo en la fe” esperando “la visión facial”!!!
“El en nosotros y nosotros en El”!! La Eucaristía intensifica la inhabitación recíproco y aviva el deseo de la comunión eucarística es una culminación, pero es también la fuente de nueva comunión a lo largo de los días.
Esta unión entre las dos “Comuniones” (ya unidas por el solo empleo de las palabras!) es evidente en Isabel. Escuchemos, por ejemplo, ala joven (a quién le gustaba tanto orar delante del sagrario) explicar en su diario: “La instrucción doctrinal de esta noche sobre la Eucaristía estuvo admirable. Jesús mió, deseo ser tan perfecta que se me pueda permitir la comunión diaria. Habré logrado, entonces, Dios mío, la plenitud de mis deseos. Recibiros todos los días, vivir de una comunión a otra en vuestra unión, en vuestra intimidad. Oh, esto sería el paraíso en la tierra! (…) Venid, pues, venid todos los días a mi pobre corazón. Que el sea, Amado mío como, como, vuestra pequeña hostia que jamás abandonéis” (J. 150). Hemos dicho ya antes cual era su alegría en el Carmelo al poder velar cerca al Santísimo Sacramento: “Se pasan horas divinas en ese rincón del cielo donde poseemos la visión beatifica en sustancia bajo la humilde hostia” (L. e. 143).
Pero la Eucaristía es algo más que la Presencia Real, ofrecida a nuestra adoración, a nuestra intersección, y para nuestra alegría, y para nuestro alimento de vida divina. Toda la Eucaristía es Comunión.
Comunión con la Iglesia universal, Representada en el Sacerdote de Cristo y en la comunidad visible de hermanas y de fieles. El cuerpo Eucarístico no puede separarse jamás del Cuerpo Místico del Cristo glorioso. En el momento de la celebración Isabel une al nombre de Cristo los nombres de todos aquellos que ama, de aquellos que sabe que sufren, de aquellos a quienes ella ha prometido su oración.
Comunión con la palabra de Dios, cuyas lecturas asimila (cfr. L. e. 157). También cuando la “liturgia de la palabra” se celebraba sobre todo… la víspera en el refectorio, donde se leía la traducción francesa de las lecturas latinas! …
Comunión, sobre todo, con el Sacrificio de Cristo! Es el momento por excelencia para renovar el don de si misma, con Jesús “ofreciéndose como víctima a su Padre por las almas” (L. e. 116). “Unámonos, escribe, todas las mañanas en la Santa Misa a su espíritu de sacrificio. Somos sus esposas. Tenemos, pues, que asemejarnos a El”. (L. e. 136). Y a su mamá durante la última enfermedad: “No te olvides de que me prometiste permanecer con la Virgen al pie de la Cruz durante la elevación de la santa Misa para ofrecer juntas vuestros hijos al Padre celestial cuyos designios son designios de amor” (L. e. 266). (“Vuestros hijos”, en plural) Jesús e Isabel, hijos del Padre y de la señora Catez, porque como le he explicado Isabel varias veces – por ejemplo Carta 93 -, haciendo la voluntad del Padre, que ha llamado a Isabel al Carmelo, la señora Catez se convierte en la “madre” de Jesús, en el sentido de Mateo 12, 49 - 50).
Nada, pues, de extraño si la Beata Isabel, después de haber vivido su vida de Carmelita unida al sacrificio de Cristo, vive su muerte en una perspectiva eucarística, considerando su lecho de sufrimiento como un “altar” (L. e. 261) o como una “Cruz” (U R 41), considerándose “una pequeña hostia” de una “Misa” que El celebra con ella”, “para asociarla a su gran obra de redención, (sufriendo) en ella como una extensión de su pasión” (L. 309). Oración incesante y sacrificio total: todo se convierte en una permanente doxología eucarística: Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso, o con las palabras de Isabel: “En El, con El, por El y para El” (U R 20).
Debilidad humano? El pecado mismo? Los lleva a la Eucaristía, oración expiatoria y redentora por excelencia, pidiendo con frecuencia a los Sacerdote que bañen su alma en la sangre de Cristo (vocabulario que utiliza también para el Sacramento de la Penitencia que recibe cada semana)= ser pura como la sangre de Cristo!!! Pero ser también fuerte: “Báñeme en la sangre de Cristo para participar de su fortaleza” (L. e. 294)!!
La consagración eucarística es el momento por excelencia en el que ella, que se sabe “hostia” y “consagrada por sus votos religiosos”, se deja “consagrar” con el pan, en Jesús: “…Le pido, como una hija a su padre, que me consagre en la Santa Misa como una Hostia de Alabanza para gloría de Dios. Conságrame de tal modo que deje de ser yo y sea solamente El para que el Padre, al verme, me reconozca” (L. e. 261). Transubstanciación espiritual!!! “Ser para El una humanidad suplementaria, que le permita sufrir y continuar su Pasión pues sus dolores son ciertamente sobrenaturales” (L. e. 235).
b) La Alabanza de las Horas
Como una corona alrededor de la eucaristía esta el “Oficio Divino”. Durante casi tres horas y media, Isabel y sus hermanas se reúnen en el Coro, a la sombra del Tabernáculo. “Amo apasionadamente el Oficio Divino” (L. 139) “Que hermoso es el Oficio Divino; lo amo apasionadamente” (L. 235). Durante su última enfermedad, Isabel será muy fiel, mientras pueda a la recitación del Breviario o a seguir el Oficio con la Comunidad desde la pequeña tribuna.
Laudem gloria ama sobre todo el oficio de Laudes (recitado la víspera por la tarde). Enferma, se levanta todavía para recitar esta hora: “Mi maestra me hace ver, decía ella, que el es feliz con estos Laudes nocturnos; esto me estimula para continuar mientras pueda”. Maitines la atraen por otra razón: “es tan agradable unirse al cielo para cantar sus alabanzas en esa hora en que el Señor se encuentra tan solo” (1e. 84). Se cumple así un sueño de su juventud: “Cuando una noche tan profunda y larga / cubre y envuelve al mundo en sus tinieblas/ y Jesús sigue solo, en agonía/ en tu Carmelo se vigila y reza” (P. 32).
En cuanto a las Horas Menores tiene sus criterios: Tercia (“a la que tengo una devoción particular”) es la hora del Espíritu Santo (L. 214, 193); Sexta es la hora del verbo (L. e. 264) y Nona la del padre (L. e. 264).
Cómo animaba ella la recitación coral ?Encontramos en la espiritualidad de Isabel elementos que han debido colaborar intensamente para hacer de esta liturgia un oficio “Santo”, un oficio “Divino” ! !
1.) Su Amor por la Iglesia: Es la oración de la iglesia terrestre, a la que los contemplativos más que nadie están vinculados y obligados a participar. Muchas veces Isabel asegura que orara en el oficio por tal o cual persona, por tal o cual intención: a sus tías, por ejemplo, que le han regalado los seis volúmenes del Breviario (Pesan 1,135 Kg…) escribe: “Vuestros hermosos breviarios en mis manos y vuestros corazones en mi corazón” (L. e. 174).
2·) Su amor por la oración ininterrumpida: La repetición del Oficio y la presencia en el coro le ayudan a perseverar día y noche en la oración. El Oficio es un pedagogo de la oración ininterrumpida.
3·) Su amor por la Escritura: El Oficio abunda en salmos y en lecturas bíblicas.
4·) Su amor por la “alabanza”: Algo particular. Cuantos salmos de alabanza! Cuantos himnos!
5·) Su amor por “el cielo en la tierra”: “es tan agradable unirse al cielo para cantar sus alabanzas… Parece entonces que el cielo es la tierra y que se unen para entonar el mismo cántico” (L. e. 84). Es ya una de las Vírgenes que siguen al Cordero a donde quiera que va! Se une ya a la gran multitud que esta delante del Trono de Dios (U R 12,, 15). Quiere “imitar en el cielo de su alma la ocupación incesante de los bienaventurados en la gloria” (U R 20). La Liturgia de las horas es “cada vez (…) estar en comunión con el cielo” (L. e 139).
c) El Año litúrgico
El modo como Isabel vibra con cada tiempo litúrgico y con cada fiesta en particular muestra como entra en contacto con los grandes misterios de la Trinidad, de Cristo, del Espíritu Santo, del Pueblo de Dios, tal como vienen representados en la escena variada del año litúrgico. Y uno admira el profundo sentido “sacramental” de Isabel al vivir la Liturgia. Para ella las fiestas y las etapas Litúrgicas no solo evocan el Misterio, sino que obran en su alma orante lo que ellos significan y representan litúrgicamente. En navidad, Jesús se encarna sobre todo místicamente en el alma; en pascua lo vemos resucitado y vivo todavía en nosotros; en Pentecostés el Espíritu Santo desciende nuevamente sobre nosotros!!!
Convendría poder recorrer todo lo que ella dice:
- del tiempo del adviento (el tiempo “más apto para las almas interiores, para esas almas que viven constantemente y a través de todas las cosas “escondida con Cristo en Dios” en al fondo de si misma” (L. e. 231). “En ese mismo silencio y con ese mismo amor de la Virgen. Vamos a pasar así el adviento (L. e. 159); “La vida de la Carmelita es un Adviento que prepara la Encarnación en las almas” (L. e. 250).
- del tiempo de cuaresma (“Una cuaresma de amor” (L. e. 168)”; el desierto donde vivamos con nuestro divino Esposo en profunda soledad, ya que es en ella donde habla 3el corazón” (L. e. 136); “Retirémonos al desierto con nuestro divino Maestro y pidámosle que nos enseñe a vivir su vida” (L. e. 203).
- de la Semana Santa (“No se si os he dicho que impresionantes son la Cuaresma y, sobre todo, la Semana Santa en el Carmelo. Se penetra profundamente en los misterios del divino Crucificado porque El es el Esposo, el único Todo” (L. e. 174); “de todo cuanto he visto en el Carmelo, no existe nada más hermoso como la Semana Santa y el día de Pascua. Hasta me atrevería a decir que es algo único…” (L. e. 140); “Si vierais que hermoso es pasar una Semana Santa en el Carmelo… Ojalas hubierais podido asistir a nuestros solemnes Oficios y sobre todo a nuestra hermosa fiesta de Pascua” (L. e. 139): “Si viera que hermoso es pasar una Cuaresma, una Semana Santa, y un día de Pascua en el Carmelo… Es algo único” (L. e. 104).
- del tiempo en la Ascensión y Pentecostés, que en Carmelo de Dijon era siempre el tiempo del Retiro comunitario (no predicado): el “Cenáculo” (“hemos estado de retiro espiritual en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo era maravilloso” (L. e. 143).
Verdaderamente el ritmo de las etapas (Litúrgicas da colorido y orienta la oración de Isabel en la búsqueda fundamental de la presencia de Dios y de la alabanza ininterrumpidas.
Se podría decir lo mismo de cada fiesta litúrgica en particular. La Inmaculada Concepción (aniversario además de su toma de Hábito). Navidad, Epifanía (“hermosa fiesta llena de luz y de adoración” (L. e. 132), y además aniversario de su profesión), la Anunciación (episodio evangélico particularmente querido de Isabel a causa del Sí total de Maria y de la venida del Espíritu Santo y por tanto del Verbo Encarnado en Maria, el Verbo que habita también en nuestras almas), la fiesta de la Trinidad (“una fiesta de silencio y de adoración. Hasta ahora nunca había comprendido también el misterio y la vocación que encierra mi nombre” (L. e. 107), la Visitación, el Corpus Christi, el Sagrado Corazón, la Transfiguración, la Asunción de Maria, la Natividad de Maria, la Exaltación de Cruz, Todos los Santos, la Presentación de Maria en el Templo (“Me agrada tanto esta fiesta de la Presentación”, escribía ya antes de su entrada (L. e. 39); en el Carmelo los votos se renuevan cada año en esta fiesta…).
Podríamos alargar la lista con las fiestas de los Santos, en particular nuestra Señora del Carmen, Santa Teresa, San Elías, San Juan de la Cruz, San José, Santa Isabel. Y hablar de las Novenas Octavas y procesiones que tanto le gustaban…
D. La transformación en Jesucristo
Queremos concluir este estudio del ideal carmelitano insistiendo brevemente en el gran sueño que sostuvo toda la existencia de Isabel Catez, la Hermana Isabel de la Trinidad: la transformación en Jesucristo! ! Hija espiritual de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, devota de San Pablo, esposa de Cristo, no podía concebir su vida sino como una continua y creciente identificación de amor con Jesús.
1.- El deseo Santidad
“Unión”, “unidad”, “unirse”, “comunión”, “comunicarse” he aquí términos que abundan en Isabel y que explican su deseo de una donación total hasta hacer “invalidas” totalmente por la vida de Cristo.
Debe esto a su vocación, está en su lógica de Carmelita”: que sea una autentica Carmelita. Es decir, una Santa, ni mas ni menos” (L. e. 117): “que sea una Santa Carmelita”, pues “me parece que no existe en este mundo nada mas divino después del sacerdocio. Una Carmelita quiere decir un ser totalmente divinizado” (L. e. 156).
El deseo de santidad ha sido siempre puro en ella: no piensa en si mismo, no piensa si no en la gloria y en la alegría de Dios. “Santa contigo y para ti… escribía la jovencita (N I 15). “Santa; porque Dios es Santa” decía la moribunda (cfr. CF 24, U R 22). La Santidad no es una noción abstracta para ella, sino una realidad totalmente relacional y personalizada orientada totalmente hacia la persona de Cristo hacia las Tres Divinas Personas.
Este deseo de santidad corresponde además a la elección divina, de la que habla san Pablo dirigiéndose a todos los cristianos precisamente en una frase (Eph. 1, 4-6) que ha impresionado fuertemente a Isabel y cuya traducción en su Manual del Cristiano es: “(el Padre) nos a elegido en El (Cristo) antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e Inmaculados en su presencia, por la caridad: El que nos ha predestinado a la adopción de hijos por Jesucristo, en unión con El, según el decreto de su voluntad para hacer resplandecer la gloria de su gracia, en la que nos ha justificado en su hijo bien Amado”…”.
Hacer profesión de Carmelita es abrirse apasionadamente a esta elección divina que nos invita a la santidad cristiana. “Ser esposa, escribe Isabel, es tener los ojos en los suyos, el pensamiento puesto en El, el corazón totalmente entregado, todo invalido como fuera de si y trasladado a El, el alma toda en su Alma, llena de su oración, cautivado y entregado todo el ser…”.
2.- Con la vida de Cristo en nosotros
Esta transformación es también deseo del mismo Cristo: “Esta sediento de hacernos participe de todo cuanto El es, de trasformarnos en si” (L. e. 157); “El vive siempre y actúa sin cesar en nuestra alma. Dejémonos modelar por El y que sea el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida para que podamos decir con San Pablo: para mi, vivir es Cristo” (L. e. 127). “Vivamos siempre bajo la mirada de la Belleza inmutable que quiere fascinarnos, cautivarnos, mejor aun, deificarnos, oh, hermana mía “SER EL”, mira todo mi sueño” (L. 121). Por esta razón Isabel se entrega a los TRES, a fin de convertirse para Cristo en una “humanidad suplementaria”, después es ser “revestida de Cristo”, consumada por el fuego de su Espíritu (N I 15). Esta ofrenda obedece al deseo de Dios: “El se a volcado sobre nuestras almas con todo su amor, de día y de noche, queriendo comunicarnos a infundirnos su vida divina para deificarnos e irradiarle después por todas partes” (L. e. 180). Así llegaremos a la medida a la que nos ha llamado: “Ved la medida de la santidad de los hijos de Dios: ser santos como Dios, ser santos con la santidad de Dios; y esto se alcanza viviendo en unión con El en el fondo del abismo sin fondo, en lo mas profundamente interior” (CF 32).
3.- Crear el espacio para la transformación
Isabel repite, por tanto, frecuentemente que la transformación en Jesús exige olvido de si mismo. “Se hará entonces mi gran transformación/ llegando a ser, señor, tu propia imagen./ lo conseguiré solo despreciando cuanto no seas tu, Belleza eterna./ vive fuera de si cundo alguien ama/ porque entonces hay siempre que olvidarse./ el corazón tan solo haya reposo cuando encuentra el objeto de su amor./ ya ves, Jesús, por que en mi amor a ti/ solo deseo tu presencia sana” (P. e. 103).
Para “identificarse con Dios”, Isabel quiere “Olvidarse totalmente de si mismo” (N I 15). “Si El (el Verbo) encuentra mi alma bacía de todo excepto de cuanto significan estas dos palabras: su amor, su gloria, la elegirá entonces por talamos nupcial” (U. R. 7).
Esto nos llevaría mí lejos a estudiar detalladamente la ascesis de Isabel. Sabe muy bien que la PLENITUD se lograra solo con el vació de si mismo: la vida nueva en la muerte del hombre viejo. “Para lograr esta transformación se necesita ciertamente inmolarse. Pero tu amas el sacrificio, hermanita mía, por que amas al divino Crucificado” (L. e. 157). “tengo que inmolarme constantemente para asemejarme a mi Esposo crucificado (…). Se trata de esa muerte mística con que el alma se anonada y se olvida tanto de si, que muere en Dios para trasformarse en El. Hermanita, todo esto exige sufrimiento” (L. e. 264). “Quotidie morior”, pongo la alegría de mi alma (en cuanto a la voluntad no en cuanto a la sensibilidad) en todo lo que pueda inmolarme, destruirme, abajarme, pues quiero dar lugar a mi Maestro” (CF 12). “esta doctrina que parece tan difícil es de una facilidad deliciosa si se mira el final de esta muerte, que es la vida de Dios en lugar de nuestra vida de pecado y de miseria” (G V 3). La “ciudad de Dios ocupara el lugar de la “ciudad mía”. (GV 4). “El “nescivi” de la esposa (“ya no se nada”) se cambiara se transformara en un canto de alabanza al Esposo” (Cfr. U R 1).
Toda esta ascesis se resume para esta profesional de la música en “el bello silencio interior”. Si “todas las pasiones no están perfectamente ordenadas en Dios, no seré una solitaria, porque habrá mucho ruido en mí” (U R 26). “Un alma que transige con su yo, que se preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus deseos, es un alma que dispersa sus fuerzas y no esta orientada totalmente hacía Dios: su lira no vibra al unísono y el divino Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella armonías divinas. Tiene aun demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia. (U R 3). Tiene que “conservar la fortaleza para Dios” y esto significa “recoger todas nuestras potencias para emplearlas solamente en el ejercicio del amor” (U R 3).
Porque efectivamente en Isabel la primera y la última palabra la tiene el amor, el amor que ora, el amor que contempla: “Existen dos palabras que resumen para mi toda santidad, todo apostolado: “Unión, Amor” (L. 191). Quién es mas santo? Responde con una cita de su antología de Ruysbroecc: “Quién ama más, quien mas contempla a Dios, y quien sastisface más plenamente las necesidades de su contemplación” (C F 24). Su búsqueda ininterrumpida de “amar siempre bajo todas las formas” (N I 13), de “amarle y (de) dejarse amar, y esto todo el tiempo y a través de todas las cosas (L. e. 155) la introduce en la unión con Dios, pues” este amor establece la unidad entre las personas que se aman” (L. e. 153).
Si Isabel manifiesta frecuentemente su deseo del sufrimiento es siempre en la perspectiva de una mayor plenitud de amor. Quere “sufrir” es para ella “querer” “ofrecerse” enteramente, cueste lo que cueste, a todo lo que el Bien-Amado quiera pedir, a todo lo que este encuentro perfecto pueda suponer. “El amor para ser verdadero exige sacrificios. “El me ha amado, El se entrego por mí. Este es el fin del amor” (L. e. 245). “El me impulsa irresistiblemente al sufrimiento, a la entrega de mí misma. Esta es la meta del amor” (L. e. 254). Siempre el amor. A ejemplo de Jesús! Modelo como Crucificado, fuente actual de amor inagotable como Resucitado!
Ved como la transformación total es un cambio recíproco de amor. Dorse es una necesidad del amor: “Es tan hermoso dar cuando se ama” (P. 80). Darse es crear el espacio para que el amor de Dios pueda “invadir y sumergir” (N I 15). Isabel o, más bien, “la Carmelita” “quiere ser una víctima inmolada como El. Su vida es entonces una donación constante, un canje de amor con Aquel que de tal modo se ha posesionado de ella, que quiere transformarla en Sí mismo” (L. e. 141). “El te conocía, hermana, en su presencia./ Quiere que se asemejes a tu Esposo./ Entregarte a su amor divino, inmenso./ Es fuego que consume y diviniza/ bajo la unción del Santo/ conseguirás aquella semejanza/ y dejando de tu serás Cristo/.” (P. 101).
No dudemos, por tanto, que Isabel ha hecho esta experiencia en su vida. “Mientras más se da uno a Dios, más se da El a uno; lo comprendo mejor cada día” (L. 236).
4.- Para alabanza de su Gloria
Toda la vida de Laudem gloria fue una realización progresiva de la vocación cristiana a ser “una alabanza de la gloria y de la gracia” de Dios (Eph. 1, 6). La transformación es la cima de esta vocación, no se puede salir evidentemente de este destino de “Glorificación de Dios”.
“Pienso que se daría una satisfacción inmensa al corazón de Dios si ejerciéramos en el cielo de nuestra alma esa ocupación que tienen los bienaventurados y nos uniéramos a El mediante esa contemplación simple que aproxima a la criatura al estado de inocencia en que dios la creo ante del pecado original, “a su imagen y semejanza”. Este fue el ideal que tuvo el creador: poder contemplarse en su criatura, ver brillar en ella todas sus perfecciones, y toda su belleza como a través de un cristal puro y sin mancha. No es esto una especie de prolongación de su propia gloria?” (U R 3).
Sedienta de Dios, deseosa de “amarlo hasta morir”, Isabel se alimenta con avidez del ideal que nuestro Padre San Juan de la Cruz propone como ideal supremo de esta tierra. “Estoy leyendo actualmente unas paginas hermosas de nuestro Padre San Juan de la Cruz sobre la transformación del alma en las Tres Divinas Personas. Señora Abate, a qué abismo de gloria hemos sido llamados. Oh, ahora comprendo el silencio, el recogimiento de los santos que eran incapaces de abandonar su contemplación. Por eso, Dios podría elevarles a las cumbres divinas donde se consuma la unidad entre El y el alma transformada en Esposa, en el sentido místico de la palabra. Nuestro glorioso Padre San Juan de la Cruz dice que el Espíritu Santo eleva al alma a una altura tan admirable que la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el hijo, y el hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo! Que misterio adorable de amor! Pensar que Dios nos llama por nuestra vocación a vivir inmersos en esas claridades divinas” (L. e. 161).
5.- En el seguimiento de la Reina del Carmelo
Evocando el anterior ideal de la transformación, Isabel concluye: “Quisiera responder a ello pasando en la tierra como la virgen Santa”. “Su alma como un cristal refleja a Dios/ Belleza externa, Huésped que vive en ella”, escribió Isabel novicia Carmelita, admirando la apertura total a Dios, de la que María dio prueba el día de la anunciación (P. 78). María es “la gran alabanza de gloria de la Santísima Trinidad (…) Parece reproducir en la tierra la vida del ser divino, del ser simple. Es también tan transparente, tan luminosa, que produce la impresión de ser la luz misma. Sin embargo es solamente el “espejo del sol de justicia “ (U. R. 15).
Isabel nombra a Maria “Guardiana” de su cielo interior, para que ni su “yo” ni la tierra retrasen su búsqueda de Dios. “Nunca la he amado tanto. Lloro de alegría cuando pienso que esta criatura totalmente serena y luminosa es mi Madre. Me entusiasmo con su belleza como una hija que ama a su madre. Siento un impulso irresistible que me arrastra hacia ella. La he proclamado Reina y Protectora de mi cielo” (L. e. 264).
Algunos días antes de su muerte Isabel expresa cual será su “misión” póstuma. La expone en una carta a una Carmelita, que convendrá leer en conexión con último concejo a su hermana del Carmelo, expresado con una sonrisa. “presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en El mismo. (…) A nosotras, esposas del Señor, solo se nos permite en el Carmelo amar y obrar a lo divino. Si, por casualidad, la viese desde el centro de la luz apartarse de esta única misión de la Carmelita, vendría inmediatamente a advertírselo. Esta de acuerdo, verdad?” (L. e. 295).
Maria, pues, es la gran maestra de novicia que nos ayudara siempre. “Esta Madre de la gracia va a modelar mi alma para que su hijita sea una imagen viva y expresiva de su primogénito, el hijo del Eterno, Aquel que fue la perfecta Alabanza de gloria de su Padre” (U R 1).
Pues, quién sabía más sobre Jesús? “Se amaban tanto Jesús y Maria. El corazón del uno pasaba íntegro al otro” (L. e. 164).
Y, entonces, a quién pedir mejor que nos e4nseñe a amar y orar? “Pide a la Reina del Carmelo, nuestra Madre, que te enseñe a adorar a Jesús en profundo recogimiento. Ella ama tanto a sus hijas del Carmelo” (L. e. 118).
Pero nosotros le pediremos también un poco a la Beata Isabel de la Trinidad, esta gran Carmelita que ha vivido con tanto ardor y con tanta pureza el IDEAL DEL CARMELO!!!
“Amemos nuestro Carmelo, es incomparable” (L. e. 118). Sí, para nosotros, hijos e hijas del Carmelo, es verdaderamente incomparable.