Ante la Regla se pueden tener dos aproximaciones claramente diferenciadas, a saber, un estudio carmelitano y un estudio carmelitano-teresiano. Si se tratara de un estudio carmelitano me fundamentaría eminentemente en el texto de la Regla en la única versión que conocemos, esto es, la regla mitigada por Inocencio IV en 1245. Pero si se tratara de un estudio carmelitano-teresiano mi punto de partida sería primero, el estilo relacional que Santa Teresa estableció entre su carisma y la Regla que ella llama primitiva, y segundo, los aspectos fundamentales que Teresa destacó de la Regla en su propia interpretación.
Teniendo presente que los participantes en el retiro son todos hijos de Santa Teresa optaré por la segunda aproximación: carmelitano-teresiana. Empiezo diciendo que la Regla Primitiva fue una de las grandes protagonistas en el proceso evolutivo del Carisma Teresiano. Dicho protagonismo se aprecia tanto desde el punto de vista jurídico como espiritual. Jurídicamente observo que la regla hace constantes apariciones en el desarrollo de nuestro status jurídico en la Iglesia desde la fundación de San José (1562) -cuando la nueva orden era sólo un convento reformado-, hasta la creación de la Nueva Orden de Carmelitas Descalzos ( 1592) con el Breve de Clemente VIII Pastorali Officii. En el conjunto de treinta batallados años, descubro que Santa Teresa mantuvo ante la Regla una actitud de libre interpretación -actitud que conservó hasta la muerte-, pero los Carmelitas Descalzos -hijos suyos- mantuvimos una actitud leguleya, esto es de sometimiento irreflexivo a la ley.
La libre interpretación teresiana consistió en el descubrimiento del espíritu que anima a la Regla y que sirve para consolidar el fundamento jurídico de su carisma. Sabemos que ella no conoció la Regla Albertina, sino la Regla modificada por Inocencio IV a la cual denomina Regla Primitiva y la Regla Eugeniana, modificada por Eugenio IV en .143 .1, denominada Regla Mitigada. La inocenciana ya no es ermitaña, sino fuertemente cenobita y de orientación mendicante ya que el Papa Inocencio estableció Refectorio Común, Fundaciones urbanas y Rezo de Horas Canónicas. La Regla Eugeniana es, por su parte, de clara identidad mendicante ya que relaja tanto la abstención de consumo de carne, permitiendo que se la consuma hasta tres veces a la semana, menos en adviento y cuaresma, como la estricta permanencia en la celda, autorizando que los religiosos permanezcan también en la Iglesia, claustros y sitios aledaños. En tiempos de Santa Teresa, esta segunda Regla ya no gozaba ni de popularidad entre los generales reformadores Soreth (1395-1471), Mantuano (1447-1514), Audet (1481-1562) y Rubeo (1507- 1578). ni de aceptación entre las reformas de Mantua, Albi y Monte 0livette.
Santa Teresa, enemiga de encogimientos, aún basándose en la Regla Inocenciana, no tuvo ningún inconveniente en aceptar las dispensas de la Regla Eugeniana y -más aún- aceptar que se relaje lo prescrito en materia de rentas -información que obtuvo a través de María de Yepes quien a su vez la adquiere de la tradición carmelitana, más que de la Regla-. La Santa poca importancia le dio a estas cosas cuando la necesidad así lo exigía. En carta del 28 de junio de 1568, dirigida a Don Cristóbal Rodríguez de Moya, tratando de una futura fundación en Segura de la Sierra, advierte: Si les pareciese mucho rigor no comer carne, puédese fundar como está uno que ahora el día de Ramos se fundó en Malagón que se puede muy bien hacer, que hay bulas para ello -en tener renta y comer carne nos aprovechamos dellas y por no haber otra disposición en aquel lugar- y para la renta el Concilio da libertad" Luego en carta al Padre Gracián del 21 de febrero de 1581 establece: "Como ya veo que todas llevan camino de tenerla, mire si será bien se quite esto y todo lo que hablare en las constituciones de esto, porque quien las viere no parezca se han relajado tan presto, u que diga el padre comisario que, pues el Concilio da licencia, la tengan " Lo anterior nos lleva a concluir que cuando Santa Teresa menciona -y lo hace constantemente- que Guardamos la Regla de Nuestra Señora del Carmen, y cumplida ésta sin relajación (V 36,27), está teniendo en la mente una Regla muy suya, es decir inspirada en la Regla Inocenciana y acomodada a los tiempos y lugares. Como observa Ludovico Saggi o. Carm., "Debemos deducir que por encima de las expresiones de la Santa y de sus primeros descalzos, la reforma iba mucho más allá de la 'letra’ de la Regla". (AA.VV. Un proyecto de vida, Paulinas 1985, Pág. 145)
Cosa distinta sucedía en el alma de aquellos descalzos que fueron incrementando las filas de la Reforma. Sabemos que tanto las constituciones teresianas como el talante humanista de la Santa no tuvieron feliz recibo entre ellos. Al contrario, su preocupación constante fue el regreso a la vida eremítica consagrada ya no en el texto albertino -para la época desconocido- sino en las leyendas áureas que se fueron tejiendo en los siglos XIV y XV con Felipe Ribot a la cabeza. Por lo mismo, las originales constituciones teresianas fueron modificadas sustancialmente y con ello la inspiradora Regla Primitiva de Santa Teresa. En efecto, ni las constituciones de Gracián, Alcalá ( 1581) y mucho menos las constituciones de Doria, Madrid (1590), lograron asimilar el espíritu que Santa Teresa había encontrado en su Regla Primitiva; los padres complutenses llevados por su mentalidad juridicista y misógina redactaron principalmente un texto penal rígido con 251 normas, limitaron la facultad de dispensar tan propia del espíritu teresiano, prohibieron los grados de maestro, bachiller y licenciado y excluyeron el nombre de la Santa como fundadora y legisladora de la nueva provincia. El padre Doria, por su parte, disminuyó el número de normas, pero acentuó el carácter ermitaño de la Orden. En primer lugar, volvió a encerrar a los religiosos en los conventos, desconociendo el acento mendicante que Eugenio IV le había impreso y, más grave aún, anulando el carisma apostólico de Santa Teresa. En segundo lugar, eliminó la relación personalísima entre el Prior y sus súbditos, entrometiendo el gobierno de la Consulta para atender hasta los detalles más mínimos de cada convento; y, tercero, hizo más rígidas las dispensas, el recurso a nuevos confesores y la reelección de superiores. En conclusión, la Madre Teresa y sus hijos descalzos no encontraron ni siquiera como punto de encuentro la Regla Primitiva, mucho menos el carisma teresiano.
Como se puede apreciar, en la historia de la Orden ha habido dos aproximaciones distintas a la Regla Primitiva. Haciendo una opción por la aproximación teresiana, presento a continuación, el núcleo espiritual de la Regla Carmelitana que atrajo el alma mendicante de la Santa. Un texto que ilumina la exposición y clave en el estudio de la Regla Primitiva se halla en 1M 2,17: "Entendamos hijas mías que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo y, mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas. Toda nuestra Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfección." Nos dice varias cosas la Madre Teresa en esta sencilla pero esencial conclusión de las primeras moradas: primero, que la Regla no es un fin en sí misma, sino una mediación escrita que tiene como fin apuntar al corazón de toda vocación cristiana: el amor. Segundo, es una mediación de primer orden ya que lleva a vivir el amor con mayor perfección y tercero, la perfección está en no establecer dualismos en la experiencia del amor; el amor es uno - Dios y Hombre-. Se comprende la unidad del amor ya que está precisamente advirtiendo a la comunidad de que en nombre de un presunto amor a Dios no se falte a la caridad con las hermanas (lM 2,16); no se puede vivir una experiencia de amor a Dios al margen de la experiencia de amor al prójimo. Por esta misma razón, la Madre Teresa no encuentra en la Regla Carmelitana unas normas encaminadas a amar a Dios y otras a amar al prójimo; cada precepto es una manifestación positiva del único y verdadero amor. Con todo, la Santa, siendo conciente de que sus interlocutores suelen fragmentar y polarizar la experiencia del amor, inicia con ellos un camino pedagógico en el que los fragmentos se irán hilando cuidadosamente.
Empezando por los principios que pueden parecernos más ermitaños de la Regla primitiva, Santa Teresa hace ver que dichos fundamentos no son fines buscados en sí mismos en aras a perfeccionar exclusivamente el amor a Dios: la celda individual y separada para permanecer allí velando en oración (5 y 8) y la guarda del silencio (18), sino medios que llevan a integrar la experiencia del único amor. Por ello, santa Teresa hablando a sus hermanas en el Camino de Perfección, advierte que el amor de unas con otras, para estar libre de dependencias y particularismos -amor imperfecto-, ha de formarse con tiempos fuertes de soledad y silencio: " Para remedio de esto es gran cosa no estar juntas sino las horas señaladas, ni hablarse, conforme a la costumbre que ahora llevamos, que es no estar juntas, como manda la Regla, sino cada una apartada en su celda"(CV4, 9) El fin de la soledad y el silencio en el Carmelo no 'es el de esquivar la comunidad -creyendo que me apartan del amor a Dios-, sino el redimensionar la comunidad fundándola en la libertad de trato, en el señorío afectivo y en la apertura de corazón a todos. Fundándola, en últimas, en el reconocimiento de que no se puede amar de verdad a Dios, sino se ama de verdad a cada hermana.
Las prácticas ascéticas propuestas en la Regla -ayuno (14), abstinencia (15), renuncia a los bienes (10), rebasar el cumplimiento de la Regla (21)- no son tampoco fines en sí mismas. Santa Teresa conoció el ascetismo exagerado de la época y se dio cuenta de que no conducía a la experiencia del amor; por lo mismo, receló del rigor en las prácticas penitenciales y lo prohibió cuando desembocaba en una clara desintegración de la persona: "Pone en una hermana bravos ímpetus de penitencia que le parece no tiene descanso sino cuando se está atormentando...escondidamente se da tal vida que viene a perder la salud y no hacer lo que manda su Regla, ya veis en que paró este bien " (1 M 2, 16) En Fundaciones recuerda haber conocido que una de sus prioras -amiga del rigor y penitencia- tenía sufriendo a las súbditas exigiendo que todas fuesen por el mismo camino. La Santa, apoyándose en la Regla establece: "...yo temo su salud y querría cumpliesen la Regla, que hay harto qué hacer, y lo demás fuese con suavidad. En especial, esto de la mortificación importa muy mucho y, por amor de Nuestro Señor, que adviertan en ello las preladas, que es cosa muy importante la discreción en estas casas y conocer talentos. y si en esto no van muy advertidas, en lugar de aprovecharlas, las harán gran daño y traerán en desasosiego " (F 18, 7)
Finalmente concluye con su particular acento de libertad ante la letra de la ley: "Han de considerar que esto de mortificación no es de obligación "(F 18,8)
Tema de capital resonancia en el corazón místico de santa Teresa el precepto de la Regla que manda Velar en oración (8); por ello deja establecido a sus monjas: " Decid que Regla tenéis que os manda orar sin cesar -que así nos la manda- y que la habéis de guardar. Si os dijeren que sea vocalmente, apurad si ha de estar el entendimiento y corazón en lo que decís. Si os dijeren que sí - que no podrán decir otra cosa- veis adonde confiesan que habéis forzado de tener oración mental, y aún contemplación, si os la diere Dios allí "(CV 21,10) Ya sea la oración vocal, mental o contemplativa lo importante es que se ore a la manera de los hijos de Dios: empezando por ser conciente de la propia dignidad, discerniendo el motivo de la oración y purificando las falsas imágenes de Dios; por lo mismo recuerda en moradas que la puerta de entrada al castillo es oración y consideración, entendiendo por consideración el examen previo de quién es el que ora, a quién se dirige y qué pide: "la que no advierte con quien 'habla y lo que pide y quien es quien pide ya quién, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios " (1 M 1, 7)
Con todo, el fin de la oración no es permanecer en un análisis introspectivo de sí mismo o de Dios, sino llegar a conquistar al verdadero amor; si se busca atravesar el umbral del castillo y ascender a las moradas deseadas el camino es siempre el amor, que no se queda en un simple sentimentalismo, sino en la determinación de salir de sí mismo; se pasa así del egoísmo al único amor: Dios y hombre: "Estas son las señales del amor... en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéremos no le ofender y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica "(4M 1,7) Nuevamente la santa nos recuerda que Dios' y hombre, Cristo e Iglesia son realidades tan estrecha e indisolublemente vinculadas que no puede el orante excluir a ninguna de su experiencia. En Moradas Quintas vuelve a subrayar: "Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su majestad y del prójimo es en lo que hemos de trabajar" (5M3,7)
Principio fundamental de la Regla: la meditación y puesta en práctica de la Sagrada Escritura, Que la espada del Espíritu, toda palabra de Dios os pueble colmadamente los labios y el corazón. y cuanto hagáis, realizad lo por la palabra del Señor (16). Mucho más que una carta jurídica la Regla es una carta bíblica; contiene 44 citas bíblicas, 30 del Nuevo Testamento y 14 del Antiguo; 14 citas corresponden a cartas paulinas, 5 al Evangelio y la introductoria de la Carta a los Hebreos. Sin embargo, el aspecto bíblico de la Regla va más allá de las citas; contamos con varios pasajes de profundo sabor bíblico, todo lo cual nos lleva a concluir que la Regla no sólo invita a meditar la ley del Señor, sino que ella misma es, en sus acentos bíblicos, auténtica ley del Señor. Por lo mismo, la pretensión del legislador no fue dar a los carmelitas un simple texto jurídico sino una palabra viva de Dios a fin de ser meditada y orada continuamente; en consecuencia, Alberto hace de la Regla texto imprescindible para el orante. No se ora en abstracto, sino al contacto asiduo con la palabra, principio bastante apreciado por Santa Teresa quien ha hecho de la Sagrada Escritura su libro de oración por excelencia: " Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados " (C 21, 4) También recuerda en el Libro de la Vida que Cristo con palabras contundentes le dijo: "Todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad; no faltará una tilde de ella " (V 40, 1) Finalmente, tras el frecuente contacto con la palabra, Cristo pasa de ser letra inspirada a convertirse en el Cristo vivo que fascinó su alma: '"Cuando se quitaron muchos libros de romance que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos… me dijo el Señor: 'No tengas pena que yo te daré libro vivo’” (V 26, 6)
¿Qué decir del sentido comunitario de la Regla? En ella encontramos un conjunto de normas que aluden al trasfondo fraterno del Carmelo. Ya desde los lugares comunitarios exigidos por la carta albertina, Mesa común (6), Bienes en común (10), Eucaristía en común (12), formación en común y corrección fraterna (13) hasta el espíritu fraterno propuesto en la clave cita de comprensión de Hechos 2, 42-47, -pasaje bíblico que inspira toda la Regla-, nos ponen de cara ante una experiencia que integra la vivencia del amor en el Carmelo. Como observa san Juan: Si uno dice 'Yo amo a Dios' y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve (IJn 4, 20) La Santa hace una resonancia fidelísima al texto evangélico cuando afirma en las quintas Moradas: “La más cierta señal que a mi parecer hay de si guardamos estas dos cosas -amor de Dios y del prójimo-, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí "(5M 3,8) En este punto, no cabe duda de que Santa Teresa es altamente exigente; más allá de la soledad, de la renuncia y de la ascética, la vida fraterna es el termómetro que indica si el discípulo teresiano va superando el dualismo inicial Amor de Dios y Amor al prójimo, de donde provienen todos los vacíos y retrocesos en el camino. No va por buen camino quien se cree muy entendido en la oración, y piensa que allí está todo el negocio. Que no, hermanas no; obras quiere el Señor, y que si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te de nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor te duela a ti "(5M 3, II) Me parece muy claro que tanto para la Santa como para la Regla carmelitana, la gran revolución de Jesús consistió en afirmar que el templo sagrado de Dios no está fuera del hombre, sino que es el mismo hombre; cuanto más hayamos penetrado en nuestra humanidad y hayamos reconocido y promovido la de los demás, tanto más habremos penetrado en la esfera divina. Si queremos halar gracia ante Dios, debemos hallar gracia ante nuestros hermanos. Las relaciones con nuestros hermanos son la revelación de nuestras relaciones con Dios.
La fraternidad, como expresión del amor teresiano, no es un punto de llegada sino de partida para fortalecer la experiencia del amor integral. No es que se parta del amor a Dios para concluir en el amor al prójimo. Estos supuestos dos amores son caras de la única moneda, y el uno remite al otro incesantemente; por lo mismo, Santa Teresa llega a dispensar inclusive del silencio de la clausura para que se comuniquen las hermanas y aviven al amor que tienen al Esposo: Esta licencia dé la madre priora cuando para más avivar el amor que tienen al Esposo, una hermana con otra quisiera hablar en É1 o consolarse si tiene alguna necesidad o tentación” (Const. 7)
Teniéndolo todo en común, la regla prescribe que en materia de necesidad se distribuya a cada uno cuanto le haga falta (10), precepto que la santa interpreta en clave de fortalecimiento comunitario; no se tiene todo en común para almacenar, sino para proveer a las necesidades de todos con miramiento. Así lo establece en las constituciones: No se haga más con la priora y antigua que con las demás, como manda la Regla, sino atentas a las necesidades y a las edades, y más a la necesidad. En ser esto general haya mucho miramiento (C'onst. 22)
Por otro lado, la comunidad se sostiene tanto con la comunión de bienes como con la comunión de esfuerzos y trabajos; por ello, la Regla dedica el número 17 a la exhortación sobre el trabajo: Este es un buen camino de santidad ¡a recorrerlo!... Empleaos en algún trabajo para que el diablo os halle siempre ocupados. Aquí vuelve la Santa ha apropiarse del precepto insistiendo en sus constituciones: cada una procure trabajar para que coman las demás. Téngase mucha cuenta con lo que manda la Regla: que quien quisiere comer, que ha de trabajar; y con lo que hacía San Pablo (Const. 24)
Todo este proyecto brevemente esbozado en la Regla Carmelitana y reinterpretado por Santa Teresa nos lleva a concluir que se trata sencillamente de Vivir en obsequio de Jesucristo, como corresponde a todo bautizado.
AUTOR: P. Omar Enrique Cristancho Gómez, OCD