Merece la pena ser sacerdote

Merece la pena ser sacerdote

Se dice que los sacerdotes no nos atrevemos ya a invitar a los jóvenes a que sigan nuestros pasos y que muchos padres se entristecen ante la sola idea de que a su hijo se le pueda ocurrir ser cura. Al leer el relato de Lucas en que Jesús se presenta en medio de su pueblo como «ungido por el Espíritu del Señor» y «enviado para dar la Buena Noticia a los pobres» aportando luz, liberación y gracia, he pensado qué diría yo hoy a unos jóvenes que se plantearan el servicio presbiteral como la forma de vida concreta para seguir a Jesús. ¿Merece la pena ser cura? ¿Para qué?

Yo los animo a ser sacerdotes para escuchar los interrogantes, miedos e incertidumbres de tantos hombres y mujeres que han abandonado a un Dios en el que ya no podían creer y necesitan que alguien los acompañe en la búsqueda del verdadero rostro del Padre revelado en Jesucristo.

Háganse sacerdotes si quieren sembrar un poco de esperanza en tantas personas que viven sin horizonte, llenas de cosas, pero con el alma vacía y triste, sin saber qué sentido dar a su vida. No duden en dar el paso si quieren contribuir a que en nuestro pueblo no se oigan solamente las palabras de los políticos, las voces de los cantantes o los anuncios comerciales de la televisión, sino que se siga escuchando el mensaje liberador de Jesucristo.

Anímense a ser sacerdotes si quieren denunciar desde el Evangelio, con libertad y sin depender de las consignas de ningún partido, las mentiras, injusticias y violencias que nos deshumanizan día a día.

Tomen en serio esa llamada que sienten dentro de ustedes, si quieren compartir las inquietudes de los jóvenes, comprender sus contradicciones y orientarlos hacia una vida más sana y positiva.

Háganse sacerdotes, si quieren trabajar desinteresadamente por una cultura nueva de paz promoviendo entre nosotros el diálogo, el respeto mutuo, la defensa de toda persona, el perdón y la reconciliación.

Orienten su vida hacia el servicio sacerdotal si quieren animar comunidades cristianas donde los hombres y mujeres de nuestro tiempo aprendan a creer en Jesucristo y descubran dónde puede poner el ser humano su última esperanza.

Yo los invito a ser sacerdotes para defender los derechos humanos que todos defienden e, incluso, los que apenas defiende nadie, como el derecho a la vida interior, el derecho a morir con esperanza, el derecho de todo hombre al amor y la solidaridad de todos, el derecho a buscar a Dios.

Si un día llegan a ser sacerdotes, no les espera una vida fácil. No harán dinero. No tendrán gran prestigio social. Serán fácilmente discutidos y hasta rechazados. Pero nadie les podrá quitar la alegría de vivir haciendo este mundo un poco más humano desde el Evangelio de Jesucristo.

AUTOR: P. Francisco Javier Jaramillo, OCD.

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