Ir por primera vez a la universidad, implica para muchos jóvenes cambios importantes en la vida. Así le sucedió a Andy, uno de los personajes de la película Toy Story 3. Había crecido, era el momento de tomar firmes decisiones y de asumir retos para construir con sabiduría y prudencia su futuro. Pero tenía un interrogante que resolver: ¿qué podía hacer con los juguetes viejos que con fidelidad lo habían acompañado durante los años más bellos de su infancia? ¿Debía conservarlos o deshacerse de ellos para siempre?
Todos los juguetes reposaban en un vetusto baúl. Allí, esperaban pacientemente que Andy un día regresara para jugar con ellos, para saltar y reír, para divertirse como tantas veces lo habían hecho. Sin embargo, por equivocación, todos los juguetes terminan en un jardín infantil donde son maltratados y casi destruidos. Pero los juguetes no se resignan a esta suerte, a perder a su único dueño, y encuentran la manera de regresar a casa.
Andy les ama, pero su vida ha cambiado y no puede llevarlos a la universidad. Por eso, regala sus juguetes a una personita, una niña, de la cual se fía completamente porque sabe que también ella los amará y los tratará bien.
Andy ha comprendido que sus juguetes pueden seguir ofreciendo a otros felicidad sin límite; pero lo más importante, que aunque los regale, no los pierde, porque por siempre los llevará en el corazón.
¡Dios es como un juguete! Pacientemente espera en aquel baúl oscuro en el que lo hemos encerrado, que nosotros volvamos para hablar o jugar con Él. Comprende en su amor infinito que hemos crecido, que somos adultos, que tenemos tantas cosas por hacer y que no podemos perder tiempo porque la vida va deprisa, pero espera que un día abramos aquel lugar del olvido y le abracemos con toda la fuerza de nuestro corazón. Esto le basta porque Él es fiel y no quiere separarse de nosotros. Le entristece nuestra indiferencia, nuestro silencio, el que no nos acordemos de Él, el que le hayamos sacado de nuestras vidas o lo hayamos cambiado por otras personas, realidades u ocupaciones. Sin embargo, aunque por equivocación le perdamos, se hará siempre el encontradizo en los mil caminos de nuestra vida y buscará la manera de regresar a casa, a su única y verdadera casa que es nuestro corazón. Decía santa Teresa de Jesús que nuestra alma es como un castillo y que en el centro y mitad está el aposento más importante que es donde mora Dios.
Como Andy, compartamos al Dios que llevamos dentro. Él es caricia suave en los momentos de dificultad, es consejo oportuno en tantas situaciones de duda en la vida cotidiana, es sonrisa tierna que habla de amor y amistad, en un mundo que a lo mejor sin entender porqué, busca afanosamente la guerra. Saquemos fuera, regalemos generosamente al Dios que nos habita dentro, porque Él puede en cada circuntancia de la vida, regalar paz y felicidad.
AUTOR: Jorge Humberto Restrepo A.
TOMADO DE: El Colombiano, 8 de septiembre de 2010