Un día, un pequeño príncipe con cabellos color de oro y venido de un país lejano, caminaba tranquila y descuidadamente. De repente, oyó la voz de un zorro escondido debajo de un manzano que saludaba con cortesía. El niño cansado de la soledad, sin pensarlo dos veces, respondió al saludo con una invitación a jugar; pero la respuesta fue contundente: “¡No estoy domesticado!”. La curiosidad infantil permitió al zorro exponer con locuacidad lo que significa domesticar. Es simplemente, le dijo, crear lazos, tener necesidad uno del otro, ser único en el mundo, convertir en música el ruido de los pasos o el trigo dorado en sacramento que evoca la amistad. Si quieres un amigo, ¡domestícame!, añadió el zorro, y para un niño explorador en busca de hombres y aventuras, ésta era una propuesta que no se podía desaprovechar. Se da inicio así a la pedagogía de la amistad. ¿Qué hay que hacer?, preguntó el pequeño. Y el zorro, con la sabiduría y la experiencia que dan los años, le reveló los secretos de la verdadera amistad. Se debe ser muy paciente, sentarse más bien lejos al principio, mirarse de reojo sin decir nada y regresar siempre a la misma hora porque los ritos son importantes. Un rito, le explicó el zorro al inquieto príncipe, es lo que hace que un día sea diferente de los otros, lo que hace agitar el corazón cuando se acerca el momento del encuentro, lo que hace descubrir el precio de la verdadera felicidad. De esta manera el pequeño domesticó al zorro y cuando llegó la hora de la partida, éste le regalo un secreto: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
No imaginaba Antoine de Saint-Exupéry, cuando hace 67 años escribió esta maravillosa historia, que lo que él describía como elementos esenciales para construir una amistad, la espiritualidad cristiana los consideraría piedra angular de la pedagogía divina. Teresa de Jesús, la grande mística española, nos dice que la oración no es otra cosa que “un trato de amistad, muchas veces estando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,2). Síntesis maravillosa de la amistad con Dios. El Dios Padre revelado por Jesús, como el zorro, quiere ser domesticado, quiere reir y llorar con nosotros, se hace el encontradizo en nuestra vida, disfruta nuestra amistad. Basta poco para convertirnos en amigos suyos. Debemos estar a solas con Él en la oración, muchas veces sin decir nada, pero con la convicción de un amor correspondido. Volver a la misma hora para tratar de amistad, significa buscar espacios de tiempo en medio de los afanes de la vida para estar a solas con Él, porque los ritos son importantes. Y al final de ese rato amistoso, quedará siempre la certeza de que las cosas esenciales, la mayoría de las veces son invisibles. Que el trato sereno y amoroso con Dios en la oración, que desde dentro nos transforma en seres humanos nuevos, nos ayude a construir y fortalecer los lazos de la verdadera amistad.
AUTOR: Jorge Humberto Restrepo A.
TOMADO DE: El Colombiano, 7 de octubre de 2010